El hecho es cada vez más evidente. Está creciendo de manera notable el número de personas vulnerables. Hombres y mujeres que se sienten solos, abandonados, desarraigados, sin apenas fuerzas para vivir. Personas que no pueden seguir el ritmo de la sociedad moderna y se sienten profundamente infelices y desasistidas.
El problema se agrava cuando la persona se siente sola. Necesitaría más que nunca encontrarse con alguien que compartiera su fragilidad e impotencia, pero no es fácil. El hecho es paradójico. Cada vez son más las personas que viven diariamente en contacto con mucha gente, pero se sienten profundamente solas.
Nadie tiene tiempo para detenerse ante el otro y escuchar su vida. Cada cual carga con su propia soledad. Cada vez son más las personas con necesidad de ser escuchadas y cada vez son menos los que están dispuestos a escuchar.
Está en crisis la confidencialidad.
Los exégetas no dudan a la hora de resumir el corazón del mensaje de Jesús. Se puede formular en pocas palabras: «No estamos solos. Dios está con nosotros. Es un Padre que sigue de cerca nuestra vida. Lo podemos experimentar siempre que nos ayudamos a vivir de manera amistosa y esperanzada».
En las primeras comunidades cristianas estaban tan convencidos de esto que, en un evangelio escrito en los años 80 no lejos de Galilea, se dice que el mejor nombre para designar a Jesús es «Emmanuel», es decir, «Dios con nosotros». Con esto está dicho todo.
Sin duda, una de las tareas más importantes de una comunidad cristiana en medio de la sociedad moderna es ayudar a las personas a no sentirse tan solas y vulnerables. Dios está con nosotros, en nosotros y entre nosotros. Lo podemos experimentar cuando nos reunimos para celebrar nuestra fe, cuando estrechamos entre nosotros lazos de amistad y apoyo, cuando nos ayudamos mutuamente a curar nuestras heridas.
Una comunidad cristiana, capaz de crear un clima de acogida cálida y atenta a cada persona, puede ser hoy para muchos un apoyo decisivo para no vivir tan solos ni tan desasistidos.
JESUS, APROXIMACION HISTORICA
El pueblo de Jesús
Nazaret era un pequeño poblado en las montañas de la Baja Galilea. El tamaño de las aldeas de Galilea, su disposición y emplazamiento variaban bastante. Algunas estaban situadas en lugares protegidos, otras se asentaban sobre un alto. En ninguna se observa un trazado pensado de antemano, como en las ciudades helénicas.
De Nazaret sabemos que estaba a unos 340 metros de altura, en una ladera, lejos de las grandes rutas, en la región de la tribu de Zabulón. Una quebrada conducía en rápido descenso al lago de Genesaret. No parece que hubiera verdaderos caminos entre las aldeas. Tal vez el más utilizado era el que llevaba a Séforis, capital de Galilea cuando nació Jesús. Por lo demás,, el poblado quedaba retirado en medio de un bello paisaje rodeado de alturas. En las pendientes más soleadas, situadas al sur, se hallaban diseminadas las casas de la aldea y muy cerca terrazas construidas artificialmente donde se criaban vides de uva negra; en la parte más rocosa crecían olivos de los que se recogía aceituna. En los campos de la falda de la colina se cultivaba trigo, cebada y mijo. En lugares más sombreados del valle había algunos terrenos de aluvión que permitían el cultivo de verduras y legumbres; en el extremo occidental brotaba un buen manantial. En este entorno se movió Jesús durante sus primeros años: cuesta arriba, cuesta abajo y algunas escapadas hacia unos olivos cercanos o hasta el manantial.
Nazaret era una aldea pequeña y desconocida, de apenas doscientos a cuatrocientos habitantes. Nunca aparece mencionada en los libros sagrados del pueblo judío, ni siquiera en la lista de pueblos de la tribu de Zabulón. Algunos de sus habitantes vivían en cuevas excavadas en las laderas; la mayoría en casas bajas y primitivas, de paredes oscuras de adobe o piedra, con tejados confeccionados de ramaje seco y arcilla, y suelos de tierra apisonada. Bastantes tenían en su interior cavidades subterráneas para almacenar el agua o guardar el grano. Por lo general, solo tenían una estancia en la que se alojaba y dormía toda la familia, incluso los animales. De ordinario, las casas daban a un patio que era compartido por tres o cuatro familias del mismo grupo, y donde se hacía buena parte de la vida doméstica. Allí tenían en común el pequeño molino donde las mujeres molían el grano y el horno en el que cocían el pan. Allí se depositaban también los aperos de labranza. Este patio era el lugar más apreciado para los juegos de los más pequeños, y para el descanso y la tertulia de los mayores al atardecer.
Jesús ha vivido en una de estas humildes casas y ha captado hasta en sus menores detalles la vida de cada día. Sabe cuál es el mejor lugar para colocar el candil, de manera que el interior de la casa, de oscuras paredes sin encalar, quede bien iluminado y se pueda ver. Ha visto a las mujeres barriendo el suelo pedregoso con una hoja de palmera para buscar alguna moneda perdida por cualquier rincón. Conoce lo fácil que es penetrar en algunas de estas casas abriendo un boquete para robar las pocas cosas de valor que se guardan en su interior. Ha pasado muchas horas en el patio de su casa y conoce bien lo que se vive en las familias. No hay secretos para nadie. Ha visto cómo su madre y las vecinas salen al patio al amanecer para elaborar la masa del pan con un trozo de levadura. Las ha observado mientras remiendan la ropa y se ha fijado en que no se puede echar a un vestido viejo un remiendo de tela sin estrenar. Ha oído cómo los niños piden a sus padres pan o un huevo, sabiendo que siempre recibirán de ellos cosas buenas. Conoce también los favores que saben hacerse entre sí los vecinos. En alguna ocasión ha podido sentir cómo alguien se levantaba de noche estando ya cerrada la puerta de casa para atender la petición de un amigo.
Cuando más adelante recorra Galilea invitando a una experiencia nueva de Dios, Jesús no hará grandes discursos teológicos ni citará los libros sagrados que se leen en las reuniones de los sábados en una lengua que no todos conocen bien. Para entender a Jesús no es necesario tener conocimientos especiales; no hace falta leer libros. Jesús les hablará desde la vida. Todos podrán captar su mensaje: las mujeres que ponen levadura en la masa de harina y los hombres que llegan de sembrar el grano. Basta vivir intensamente la vida de cada día y escuchar con corazón sencillo las audaces consecuencias que Jesús extrae de ella para acoger a un Dios Padre.
A los pocos años, Jesús se atreve a moverse por la aldea y sus alrededores. Como todos los niños, se fija enseguida en los animales que andan por el pueblo: las gallinas que esconden a sus polluelos bajo las alas o los perros que ladran al acercarse los mendigos. Observa que las palomas se le acercan confiadas, y se asusta al encontrarse con alguna serpiente sesteando al sol junto a las paredes de su casa.
Vivir en Nazaret es vivir en el campo. Jesús ha crecido en medio de la naturaleza, con los ojos muy abiertos al mundo que le rodea. Basta oírle hablar. La abundancia de imágenes y observaciones tomadas de la naturaleza nos muestran a un hombre que sabe captar la creación y disfrutarla. Jesús se ha fijado muchas veces en los pájaros que revolotean en torno a su aldea; no siembran ni almacenan en graneros, pero vuelan llenos de vida, alimentados por Dios, su Padre. Le han entusiasmado las anémonas rojas que cubren en abril las colinas de Nazaret; ni Salomón en toda su gloria se vistió como una de ellas. Observa con atención las ramas de las higueras: de día en día les van brotando hojas tiernas anunciando que el verano se acerca. Se le ve disfrutar del sol y de la lluvia, y dar gracias a Dios, que «hace salir su sol sobre buenos y malos, y manda la lluvia sobre justos e injustos». Mira los grises nubarrones que anuncian la tormenta y siente en su cuerpo el viento pegajoso del sur, que indica la llegada de los calores.
Jesús no solo vive abierto a la naturaleza. Más adelante invitará a la gente a ir más allá de lo que se ve en ella. Su mirada es una mirada de fe. Admira las flores del campo y los pájaros del cielo, pero intuye tras ellos el cuidado amoroso de Dios por sus criaturas. Se alegra por el sol y la lluvia, pero mucho más por la bondad de Dios para con todos sus hijos, sean buenos o malos. Sabe que el viento «sopla donde quiere», sin que se pueda precisar «de dónde viene y a dónde va», pero él percibe a través del viento una realidad más profunda y misteriosa: el Espíritu Santo de Dios. Jesús no sabe hablar sino desde la vida. Para sintonizar con él y captar su experiencia de Dios es necesario amar la vida y sumergirse en ella, abrirse al mundo y escuchar la creación.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (1,18-24):
El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto.
Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: «José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.»
Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que habla dicho el Señor por el Profeta: «Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa "Dios-con-nosotros".»
Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer.
Palabra del Señor
COMENTARIO.-
Permíteme que comience hoy preguntándote: ¿Dejas que el Misterio que es Dios irrumpa en tu vida o le pones cortapisas? ¿Dejas que Dios se apodere de ti o le tienes limitado el campo de actuación? ¿Te pones en las manos de Dios? ¿Tienes fe? ¿Cómo se traduce en tu vida la fe que tienes? ¿En qué se nota? Las lecturas de la celebración de este domingo IV de adviento nos ponen delante el misterio de Dios, cuando resaltan que el nacimiento de Jesús se debió principalmente a Dios. No olvidamos que Jesús se hizo plenamente hombre, como nosotros; nacido del linaje de David, en lo humano. Aspecto histórico que se resalta mucho en otras lecturas de otros días (V. G.: el evangelio de la genealogía de Jesús) y que es muy importante. Pero esta celebración quiere destacar que la divinidad entra en el mundo y el ser humano puede tener distintas actitudes, a la hora de acogerlo: Acaz y María.
Esa manifestación del misterio aparece así en las lecturas:
1º.- "El Señor, por su cuenta, os dará una señal. Mirad: la Virgen está en cinta y da a luz un hijo y le pone por nombre Enmanuel (que significa: ‘Dios-con-nosotros’)". Profecía que atribuimos a Jesucristo pero que se refiere, probablemente a Ezequías, hijo de Acaz, en el siglo VIII a. d. Cristo.
2º.- "[Jesús] constituido, según el Espíritu Santo, Hijo de Dios, con pleno poder por su resurrección de la muerte". Contrasta la humanidad y la divinidad de Jesucristo.
3º.- En el evangelio se dice que María "esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo". El ángel dice: "la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Esto sucedió para que "se cumpliese la escritura".
Podríamos resaltar que Dios viene a la historia de la humanidad por su propia iniciativa; es él el que hace el primer acercamiento al ser humano. Quiere llevar adelante su plan de salvación con la colaboración de las personas. El plan de Dios camina incuestionablemente hacia delante; pero lo fundamental para nosotros, hoy, es preguntarnos, si cada uno estamos dispuestos a colaborar con Dios o vamos a hacer lo ‘imposible’ porque su plan se retrase.
Acaz, en la primera lectura, dice que no quiere pedir una señal a Dios para no tentarlo. Efectivamente, cuando alguien se quiere poner en las manos de Dios y duda, puede caer en la tentación de pedirle alguna evidencia al mismo Dios, lo que significaría desconfianza. Pero no es éste el caso de Acaz; en su posición, dicen los comentaristas de la Biblia, su negativa a pedir una señal es querer desentenderse de Dios. Antes que hacer valer su fe, en su vida concreta, se deja guiar por sus miedos y busca ‘refugio’ en el poder de Asiria; pues Siria y Efraín (Israel) [el Reino está dividido en el Norte, Israel, y en el Sur, Judá] habían hecho una alianza anti-asiria por la que pretendían cambiar al rey de Judá (Acaz). Isaías le dice que Dios continuará la promesa hecha a David, pero tiene que mantener su fe. A la ‘hora de la verdad’, ¿nos sirve de algo la fe?, ¿confiamos de verdad en Dios?, ¿buscamos soluciones por otro lado?, ¿pensamos que Dios nos ha fallado si no sale lo que nosotros queremos? Es tremendo y fascinante esto de la fe, de ponerse en manos de Dios.
En este planteamiento, en este domingo IV de adviento, juega un papel fundamental la Virgen María: aceptando el plan de Dios para que se pueda realizar la promesa de la descendencia de la tribu de David. María modelo de fe. Juega un papel fundamental la actitud de José, él era de la tribu de David, al aceptar los planes ‘incomprensibles’ por parte de Dios. José, modelo de fe. No se jugaban el reino, como Acaz, pero comprometían totalmente su vida ante Dios y ante sus conciudadanos. El evangelio escogido para este ciclo no resalta casi nada de la actitud de María ni de José [normalmente de José no se dice casi nada en los evangelios, poco más que esto], como queriendo destacar que aquí, como siempre, el protagonista es Dios.
Así es la fe que se nos pide para preparar la venida del Señor: que dejemos a Dios entrar en nuestra vida, que nos influya en todos los momentos de la misma, que nuestra fe le ponga a él en primer lugar. ¿Cómo va a nacer Dios en nuestra vida si no le hacemos un hueco, si entendemos que va a ser un intruso en nuestra vida, si queremos no ‘complicarnos’ la vida, si buscamos las soluciones por otros criterios que no son los de Dios?
¡Auméntanos la fe, Señor!
Fuentes:
Iluminación Divina
José A. Pagola
Pedro Crespo Arias
Ángel Corbalán
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nos interesa tus sugerencias