Hoy, día 28 de Agosto, celebramos el domingo XXII del Ciclo Ordinario,en el Evangelio según San Mateo, Jesús, nos deja esa rase que tanto encierra para los cristianos que le seguimos o pretendemos seguir; “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que tome su cruz y me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí, la encontrará”.
A través de tres hombres de Dios, exponemos la explicación de La Palabra de Dios, desde tres dialécticas diferentes y con la misma fe. Para ello, los textos que hemos selecionado son de : Pedro Guillén Goñi, José A. Pagola y Pedro Crespo Arias, algunos ya habituales en las homilias que presentamos en este Blog, escrito en Algeciras, España y para todo el mundo de habla hispana.
Primera Reflexión.
“Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Así respondía Pedro, el discípulo del Señor, cuando el Maestro preguntaba a sus discípulos sobre su identidad. Definición sincera y heroica ante el rechazo e incomprensión que Jesús sentía cuando anunciaba la instauración del Reino de Dios.
En el evangelio de hoy, Mateo nos describe las profundas discrepancias que existían en la forma de entender “el ser Mesías” entre sus discípulos y el mismo Jesucristo.
El Señor les quiere aclarar desde el principio que el ser Hijo de Dios va a pasar por el sufrimiento y la cruz. Los discípulos seguían creyendo en un Mesías cuyas señas de identidad eran la fuerza y el poder. Este anuncio de sufrimiento y cruz como paso previo para alcanzar la vida eterna siembra en los discípulos el desconcierto, la decepción y el rechazo. Será el mismo Pedro quien, tomando nuevamente la iniciativa, le indica que eso es imposible. Jesús le indica que de forma dura y exigente que debe adoptar una actitud de comprensión y aceptación al estilo de vida que Él anuncia y configurarse plenamente con los valores del Reino. El discípulo incondicional de Jesús es quien da prioridad al mensaje del Señor por encima de su voluntad, sus legítimas aspiraciones y su proyecto de vida. Esto implica aceptar los riesgos y retos que el modelo a seguir conlleva. ¿Somos, tal vez, de los que proclaman y defienden la fe en Cristo y desconocen o huyen del camino que conduce a Él?.
La experiencia del apóstol Pedro es fiel reflejo de lo que nos sucede a todos. Cuando las cosas nos salen bien somos capaces de reconocer al Señor en cualquier oportunidad de nuestra vida. Nos resulta fácil relacionarnos con Él y la alabanza y agradecimiento brotan espontáneamente desde la hondura de nuestro corazón.
Pero cuando nos visita la adversidad, el sufrimiento inesperado, la incomprensión, no aceptamos de buen grado que allí, entre la cruz, también está el Señor. Y, sin embargo, Jesús afirma que quien quiera seguir su camino ha de aceptar la cruz porque es camino de la resurrección y de la salvación.
Entonces “nos vamos desprendiendo de la vida” pero la ganamos para la causa del Señor que se acerca a nosotros para fortalecernos y darnos su paz.
La experiencia del profeta Jeremías, narrada en la primera lectura, es elocuente: las dificultades, los sinsabores, los disgustos nos aprietan por todos lados pero quien acepta la Palabra de Dios responsablemente sabe que el Señor está con él y saldrá victorioso de cualquier dificultad porque nunca nos abandona.
DETRÁS DE JESÚS
Jesús pasó algún tiempo recorriendo las aldeas de Galilea. Allí vivió los mejores momentos de su vida. La gente sencilla se conmovía ante su mensaje de un Dios bueno y perdonador. Los pobres se sentían defendidos. Los enfermos y desvalidos agradecían a Dios su poder de curar y aliviar su sufrimiento. Sin embargo no se quedó para siempre entre aquellas gentes
que lo querían tanto.
Explicó a sus discípulos su decisión: «tenía que ir a Jerusalén», era necesario anunciar la Buena Noticia de Dios y su proyecto de un mundo más justo, en el centro mismo de la religión judía. Era peligroso. Sabía que «allí iba a padecer mucho». Los dirigentes religiosos y las autoridades del templo lo iban a ejecutar. Confiaba en el Padre: «resucitaría al tercer
día».
Pedro se rebela ante lo que está oyendo. Le horroriza imaginar a Jesús clavado en una cruz. Sólo piensa en un Mesías triunfante. A Jesús todo le tiene que salir bien. Por eso, lo toma aparte y se pone a reprenderle: «No lo permita Dios, Señor. Eso no puede pasarte».
Jesús reacciona con una dureza inesperada. Este Pedro le resulta desconocido y extraño. No es el que poco antes lo ha reconocido como "Hijo del Dios vivo". Es muy peligroso lo que está insinuando. Por eso lo rechaza con toda su energía: «Apártate de mí Satanás». El texto dice literalmente: «Ponte detrás de mí». Ocupa tu lugar de discípulo y aprende a seguirme. No te pongas delante de mí desviándonos a todos de la voluntad del Padre.
Jesús quiere dejar las cosas muy claras. Ya no llama a Pedro «piedra» sobre la que edificará su Iglesia; ahora lo llama «piedra» que me hace tropezar y me obstaculiza el camino. Ya no le dice que habla así porque el Padre se lo ha revelado; le hace ver que su planteamiento viene de Satanás. La gran tentación de los cristianos es siempre imitar a Pedro: confesar solemnemente a Jesús como "Hijo del Dios vivo" y luego pretender seguirle sin cargar con la cruz. Vivir el Evangelio sin renuncia ni coste alguno. Colaborar en el proyecto del reino de Dios y su justicia sin sentir el rechazo o la persecución. Queremos seguir a Jesús sin que nos pase lo que a él le pasó.
No es posible. Seguir los pasos de Jesús siempre es peligroso. Quien se decide a ir detrás de él, termina casi siempre envuelto en tensiones y conflictos. Será difícil que conozca la tranquilidad. Sin haberlo buscado, se encontrará cargando con su cruz. Pero se encontrará también con su paz y su amor inconfundible. Los cristianos no podemos ir delante de Jesús sino detrás de él.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (16,21-27):
En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día.
Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: «¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte.»
Jesús se volvió y dijo a Pedro: «Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios.»
Entonces dijo Jesús a sus discípulos: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta.»
Palabra del Señor
COMENTARIO.
Las lecturas de este domingo XXII del tiempo ordinario nos vienen a plantear que a veces es difícil ser cristiano por las incomprensiones que lleva consigo y porque hay que tomar la cruz para seguir a Cristo.
Un buen resumen de lo que nos quieren decir las lecturas podría ser una frase del salmo responsorial: "Tu gracia vale más que la vida". La gracia de Dios es todo lo que Dios nos da gratuitamente; por ejemplo, la filiación divina y todo lo que Dios va haciendo para que esa relación con él no se rompa por el pecado. Pues bien, esa relación de amistad con Dios vale más que la vida. Fijaos bien en esta frase, pues el ser humano se aferra fuertemente a la vida, seguramente es una de las cosas que más valora. La gracia de Dios vale más que la vida. ¿Creemos esto? ¿Es realmente Dios lo más importante de la vida o nos importa más la salud, el dinero o el amor?
Esta experiencia de que Dios es lo más importante de la vida aparece reflejada en las tres lecturas que hemos escuchado.
La primera lectura del profeta Jeremías cuenta una experiencia del propio profeta: está cansado de tanto tener que denunciar los pecados del pueblo de Israel; le hubiese gustado llevar un mensaje más consolador; incluso está decidido a dejar de hablar de las cosas de Dios. Pero se da cuenta de que la Palabra de Dios hace fuerza en su interior, intenta contenerla y no puede, porque Dios le ha seducido. Dios es más fuerte que las incomprensiones que sufría en su misión.
¡Cuántos cristianos hay que ante la mínima dificultad por el hecho de ser cristianos se echan atrás, silencian su ser cristianos! En el fondo piensan que su vida, su reputación, lo que piensan los demás de ellos es más importante que Dios.
La segunda lectura de San Pablo nos dice que no nos ajustemos a este mundo, sino que nos convirtamos para que sepamos discernir lo que es la voluntad de Dios. Es otra vez lo mismo que antes: ¿Qué tiene más peso en nuestra vida los criterios de Dios o los criterios del mundo? ¿Qué tenemos más en cuenta a la hora de decidir sobre algo, de planear algo, de optar por algo, el tener, el poder, el gozar, o el amor a los demás, la solidaridad, el servicio? Estamos invadidos de los criterios de este mundo y queremos que Dios se ajuste a esos valores.
El texto de Evangelio sigue con el mismo tema: Jesucristo anuncia su pasión y muerte y Pedro no lo entiende porque piensa como los hombres y no como Dios. Pedro está siguiendo a Jesús y no acababa de comprender que Jesucristo tenía que padecer para salvarnos, sin embargo luego terminará dando su vida por Jesús. ¿Comprendemos nosotros que para llegar a la resurrección hay que pasar por la pasión? ¿Lo aceptamos en nuestra vida concreta cuando nos llegan momentos de cruz?
Continúa diciendo el texto del Evangelio: "El que quiera seguir a Jesús que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y le siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí, la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo si pierde su vida?". Como podéis comprobar este texto es un buen comentario de Jesús a esa idea del salmo responsorial: "Tu gracia vale más que la vida". ¿De verdad la gracia de Dios vale más que la vida, más que la salud, el dinero, el amor?
Si vemos que Dios es lo más importante de nuestra vida, nos resultará difícil vivir en los criterios de este mundo, porque tendremos que luchar con nuestra propia inclinación a vivir los criterios del mundo y tendremos que luchar con quienes no comprenden ni quieren los criterios de Dios.
Ser cristiano es: entrar en comunión con la vida de Jesús y sus valores; entrar en comunión con su causa: el Reino de Dios; y entrar en comunión con su destino, que es la cruz. Tenemos que asimilar en nuestro cristianismo este aspecto de cruz, de dolor, de sufrimiento, de incomprensión... como algo que es necesario pasar para llegar a la dicha, a la felicidad.
¡Qué caigamos en la cuenta mentalmente y experiencialmente de que la gracia de Dios vale más que todo en el mundo, aunque eso nos cueste algún tipo de sacrificio!
Fuentes:
Iluminación Divina
Pedro Guillén Goñi
José A. Pagola
Pedro Crespo Arias
Ángel Corbalán
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nos interesa tus sugerencias