Próspero
de Aquitania, seglar († c. a. 455) Si no fuera por sus escritos, todos
marcados por la controversia semipelagiana, y por el testimonio del
historiador Gennadio no sabríamos gran cosa de su vida que destaca por
su virtud, por la perseverancia en la lucha por la ortodoxia y por el
apasionamiento por la verdad.
Parece ser que era natural de Aquitania y
así se añade a su nombre, como apellido, el de su patria y vió la luz a
finales del siglo IV. Debió recibir una buena y sólida formación y
parece ser que frecuentó la compañía de los monjes que estaban en el
monasterio de san Víctor, en Marsella, al sur de Francia.
Consta que
nunca entró en el mundo de los clérigos, siempre permaneció en el estado
seglar y hay indicios prudentes que llevan a pensar que estuvo casado;
de hecho, se le atribuye el «Poema de un esposo a su esposa» en cuyo
caso no habría duda sobre su estado matrimonial e incluso se le podría
aplicar la profundidad de pensamiento y las claras actitudes de vida
cristiana que en él aparecen, pero no puede afirmarse con total
seguridad por negar algún autor de peso la autoría prosperoniana del
poema.
Bien conocida es la controversia teológica suscitada en el
siglo V por la desviada enseñanza de Pelagio contraria al pensar
cristiano poseído pacíficamente en la Iglesia. La reacción de san
Agustín -con toda clase de argumentos bíblicos y teológicos- no se hizo
esperar en defensa de la fe y la sanción de los concilios de Cartago en
los años 416 y 418 con la posterior aceptación del papa parecía haber
solucionado para siempre el problema. Pero no fue así y es aquí donde
entra en juego Próspero de Aquitania.
Los monjes de san Víctor en
Marsella empiezan a inficionar las Galias con un pelagianismo camuflado
que enseña el abad Casiano, escritor y teólogo, secundado por sus
monjes. Dice en sus «Colaciones» que admite la doctrina contra los
pelagianos expuesta por san Agustín y aprobada por los concilios y los
papas, pero sostiene con sus monjes que depende del hombre la primera
elección que en términos teológicos se denominará desde entonces el
«initium fidei». Este es el pensamiento teológico que en el siglo XVI
recibirá el nombre de semipelagianismo.
Próspero detecta el mal larvado
y habla, y discute, y visita, y escribe a Agustín propiciando la
escritura de los tratados maduros agustinianos «Sobre el don de la
perseverancia» y «De la predestinación de los santos» que escribió, ya
anciano, el obispo de Hipona.
Es toda una controversia de alto nivel.
Como es laico y su fuerza termina en su pobre persona, no cede en la
verdad teológica y marcha a Roma para implicar en la defensa de la fe al
mismo papa Celestino I que era ya un hombre avezado en este tipo de
discusiones y escribió a los obispos galos pidiendo sometimiento al
magisterio de la Iglesia recogido de san Agustín. Se trataba de
intrincadas cuestiones que, en sus matices, son para especialistas
teólogos y en las que los incautos son fácil presa al engaño. En juego
está la idea de Dios y del hombre, el valor de la Redención y la
necesidad de los sacramentos. No era poca cosa la que estaba sobre el
tapete. Había que saber conciliar la evidencia del absoluto poder de
Dios, su voluntad salvífica universal, y su absoluta libertad con la
libertad del hombre que es un ser dependiente y el papel que le
concierne en su propia salvación, correspondiendo personalmente a la
gracia.
Si se concedía excesivo protagonismo a la libertad humana se
llegaba al extremo inaceptable de que el hombre puede llegar a la
salvación sobrenatural por sus propias fuerzas; si, por el contrario, se
acentuaba la absoluta dependencia del hombre con respecto a Dios, se
hacía a Dios responsable de la condenación, cosa igualmente
imposible. Llegar a la expresión técnica de la fe era cosa de
preclaras inteligencias, grandes teólogos y extraordinarios
santos.
Muerto Casiano y fallecido también san Agustín, no se acabó la
discusión entre los seguidores del fraile y tuvo que ser el laico o
seglar Próspero quien mantuviera firme y alta la bandera de la
ortodoxia.
Que se sepa, escribió «La vocación de todos los gentiles»,
«Contra el autor de las Colaciones», «Sobre la Gracia y el libre
albedrío» y «De los ingratos». Terminó sus días el seglar Próspero
siendo secretario nada menos que del papa san León Magno y hasta se
piensa que pudo poner su aportación en la Epístola Dogmática escrita a
los Orientales para exponer magisterialmente el misterio de la
Encarnación, declarando la unión Personal en Cristo contra la herejía de
Nestorio y contra Eutiques y los monofisitas las dos naturalezas de
Cristo.
Murió después del año 455, sin que se pueda aventurar con más
exactitud la fecha de su muerte en el actual estado de investigación.
Da gusto ver en el siglo V la entrega de un laico sabio y santo
responsable de su misión y puesto en la Iglesia sin renunciar al estado
que Dios quiso para él. Aunque en aquella época no se hablaba aún de
«promocionar al laicado», ni de «laicos comprometidos», se demuestra una
vez más que, para cada uno en particular, la santidad no depende del
modo de ser Iglesia en la Iglesia, sino de la fidelidad a la gracia de
Dios y del esfuerzo por poner en juego todos los dones recibidos.
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