"En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y, durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo. Todo aquel tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: - «Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan.»
Jesús le contestó: - «Está escrito: "No sólo de pan vive el hombre".» Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo: - «Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mi me lo han dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mi, todo será tuyo. »
Jesús le contestó: - «Está escrito: "Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto".» Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo: - «Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: "Encargará a los ángeles que cuiden de ti", y también: "Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras".»
Jesús le contestó: - «Está mandado: "No tentarás al Señor, tu Dios".» Completadas las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión".
Palabra del Señor
COMENTARIO.
"En nuestro mundo, es preciso confesar la fe"
Al comenzar este año la Cuaresma quiero hacer una pequeña confesión de fe. Y la quiero hacer con la experiencia de haber vivido otras "cuaresmas", de haber pasado por otros "desiertos", de haber convivido con otras "tentaciones"... Los cristianos tendríamos que confesar nuestra fe en nuestros ambientes, que tantas veces quieren silenciar lo religioso y lo cristiano. Quiero confesar la fe como Moisés recomienda al pueblo de Israel (en la primera lectura), recorriendo mi historia personal (tu historia, quizá también) y viendo, en la misma, la mano de Dios y todo lo que ha hecho por mi. Quiero confesar la fe en Jesucristo, como dice Pablo en la segunda lectura, con los labios y el corazón. Quiero decir en quién creo y cuáles son los valores que mueven mi vida.
"No sólo de pan vive el hombre".
Confieso que vivo muchos días pensando que la felicidad depende de las cosas que puedo tener, de los bienes, de las cualidades, de las capacidades... hasta el punto de que, a veces, valoro a las personas por lo que tienen (apariencia, temperamento, preparación...). He llegado, incluso, a querer poseer a las personas, a querer dejar en ellas mi influencia personal. Por este camino me he visto abocado a sentirme suficiente, sin necesitar de Dios ni de los demás. Me he cerrado en mi mismo, rompiendo toda dependencia y negando a la gracia su campo de acción en mi.
Pero confieso con más intensidad que Cristo, con su mensaje, ha roto los muros de mi suficiencia y me ha hecho apreciar el perfume y la frescura de su gracia; que ha abierto en mi vida horizontes a la trascendencia; que me ha hecho descubrir los lazos, como correas de amor, que me vinculan con el Padre y con los Hermanos; que ha trastocado mis criterios haciéndome valorar al otro por lo que es —persona e hijo de Dios—...; así, despojado de las "cosas", he ido descubriendo mi pobreza como el mejor de los tesoros, ya que me posibilita estar y sentirme en el corazón de Dios y en el de mis hermanos. No vivo sólo ni principalmente de pan, de bienes, de cosas, de riquezas... si no que mi vida cobra vigor desde la fe en Dios, desde su Palabra.
Si tienes esta experiencia, dilo conmigo en el mundo en el que vives: Es preciso abrir la vida al Amor de Dios Padre, es preciso descubrir la dimensión espiritual de las personas; es preciso liberarse de la tiranía de las posesiones, que achata y recorta las dimensiones del ser humano; es preciso que la semilla de la fe no muera asfixiada en medio de tanto "bienestar"... para que nuestro mundo sea un lugar más humano.
"Al Señor, tu Dios, adorarás y a Él sólo darás culto".
Confieso que vivo muchos días pensando que la felicidad depende del poder sobre los demás. (Esto de ser sacerdote, hoy en día, no da para mucho poder, pero el suficiente para alimentar esta tentación, igual que cualquier cargo o responsabilidad social sobre los demás). Me sobre-valoro en lo que soy, y siento que puedo someter a los demás a mi voluntad, a mis criterios, a mi persona... Es la soberbia. Me dan ganas de sustituir a Dios, ¡que me pongan en su lugar!. Por este camino me he visto abocado a una agreste soledad —ya que me he situado en un plano distinto a los demás—, a vivir en la mentira sobre mí mismo —ya que no soy más que nadie, ni menos, claro—, a tratar a los otros con prepotencia, a desterrar a Dios de mi vida...
Pero confieso con más intensidad que Cristo, con su mensaje, ha roto los muros de mi mentira y, a base de amor, ha puesto la verdad en mi corazón: que soy hijo de Dios y hermano de mi prójimo; me ha enseñado con su vida la humildad para la mía, por esta humildad acepto quién soy y cómo soy y con lo que Dios me ha dado no busco someter o poseer a nadie, antes procuro estar "sometido" a los demás, "poseído" por los demás, conociendo muy bien mis propios valores (también los defectos). La humildad, que sigo aprendiendo cada día, se ha convertido en compañera de camino, que me sitúa en mi ser criatura frente a Dios, lo que me posibilita adorarle y me hace concebir mi vida como una ofrenda agradable a Dios, como el mejor acto de culto que puedo tributarle.
Si tienes esta experiencia, dilo conmigo en el mundo en el que vives: Es preciso abandonar toda soberbia y prepotencia; es preciso descubrir la igualdad radical de todo ser humano; es preciso vivir en la verdad de lo que uno es: criatura de Dios, abierta a la trascendencia; es preciso recobrar la humildad como un valor que posibilite un mundo más humano.
"No tentarás al Señor tu Dios".
Confieso que vivo muchos días pensando que la felicidad depende de la fama, del éxito, de lo bien que piensen los demás de mí mismo. Por eso dedico todas mis energías a cultivar "mi imagen", las apariencias..., buscando continuamente el aplauso y la aprobación. ¡Qué debilidad tan grande tener que depender de la opinión de los demás! Y quiero que Dios sea como yo, que manifieste su Ser de un modo claro y contundente, para que no quede más remedio que ser aceptado por todos. Por este camino me he visto abocado a una gran desconfianza en Dios por no ver signos evidentes (por no saber interpretar su presencia silenciosa), a un narcisismo idolátrico de mi propio yo, desde el que es fácil querer sustituir a Dios.
Pero confieso con más intensidad que Cristo, con su mensaje, ha roto el espejo de mi vanidad y los motivos de mi desconfianza desde el ejemplo de su vida entregada por amor, y me ha dado una fe nueva en él, en el prójimo y en mis posibilidades, sin necesidad de signos y sin necesidad de buscar la aprobación de los demás; me ha mostrado que el mejor modo de salir de la contemplación vacía de uno mismo es el servicio anónimo a los demás, el bien hecho, el amor desinteresado... El vivir mi vida como un servicio a los demás ha equipado mi ser de motivos y horizontes nuevos, de aceptación del otro como es y como está llamado a ser en Dios, de apertura confiada a la voluntad de Dios...
Si tienes esta experiencia, dilo conmigo en el mundo en el que vives: Es preciso dejar de mirarse a uno mismo y empezar a contemplar al otro y sus necesidades; es preciso recobrar la confianza en la posibilidades del ser humano; es preciso confiar en Dios desde el único signo sencillo de su vida entregada; es preciso concebir la propia vida como un servicio a los demás... para que nuestro mundo sea más humano.
Te deseo una feliz y transformadora cuaresma.
Gracias por llegar hasta aquí.
Pedro Crespo Arias
Fuentes
Iglesia en Daimiel
Redacción. Ángel C.
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