CARTA PASTORAL
CUARESMA 2010
Mis queridos diocesanos:
Un año más, al celebrar la Santa Cuaresma, escucho la poderosa llamada de Dios que me urge de nuevo a la fidelidad a su palabra y a su amor, y como Pastor de esta Iglesia que peregrina hacia el Reino en Cádiz y Ceuta, siento la necesidad de invitaros a todos vosotros presbíteros, religiosos, religiosas, diáconos, seminaristas, laicos, personas consagradas, vírgenes consagradas y monjas de clausura, para que juntos respondamos a la voluntad amorosa del Señor, que quiere purificar el rostro de nuestra Iglesia y convertirla en instrumento más dócil y eficaz de su solicitud para todos los hombres.
1. Tiempo de purificación
La Cuaresma es un tiempo especial de gracia en el que Dios llama a todo su pueblo para que se deje purificar y santificar por su Salvador y Señor. Por mi parte, como uno más, y como el apóstol san Pablo, tengo que confesar que todavía no estoy del todo vuelto a Jesús. El Papa nos invita en esta Cuaresma de 2010 a una sincera revisión de nuestra vida a la luz de las enseñanzas evangélicas, y nos ofrece una magnífica reflexión sobre el vasto tema de la justicia (Mensaje del Santo Padre Benedicto XVI para la Cuaresma de 2010). En este sentido, el pueblo cristiano, movido sin duda por el Espíritu, ha vivido siempre este tiempo fuerte del año litúrgico, como un tiempo de conversión interior, como un vuelco del corazón, como una vuelta a Jesús.
Este año la Cuaresma coronará el Año Sacerdotal, dedicado a la valoración del sacerdocio y a la renovación interior. Este hecho constituye una recomendación, si cabe más apremiante, a no dejar pasar sin una reflexión más honda y sin un empeño más intenso la gran oportunidad que nos brinda la providencia de Dios a no recibir en vano la gracia de Dios (2 Cor 6, 1).
Por su mismo significado este tiempo cuaresmal evoca, con peculiar potencia, los aspectos más relevantes del Año Sacerdotal. El Año Sacerdotal constituye una llamada de gracia y hasta un desafío al hombre de hoy y a todos los creyentes, en palabras del Papa, para que comprendan más a fondo y valoren el ministerio sacerdotal, y se apropien de él en esta hora de gracia, en este momento del Espíritu, que nos habla así: Ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la salvación (2 Cor 6, 2).
2. Llamada a la conversión
El Año Sacerdotal, en palabras del Papa Benedicto XVI, comporta un compromiso de renovación interior de todos los sacerdotes, o lo que es lo mismo una llamada profunda a la conversión. Toda renovación interior comienza ineludiblemente por una actitud de sincera conversión. Este estado de permanente conversión es una característica de la Iglesia que es a la vez santa y siempre necesitada de purificación, y busca sin cesar la conversión y la renovación (LG 8). Esa deber ser también la actitud propia de sus hijos. De ahí la necesidad de estar atentos a las llamadas del Espíritu.
Os invito a estar abiertos a lo que el Espíritu dice a la Iglesia: Conozco tus obras, tu fatiga y tu paciencia; que no puedes soportar a los malvados y que has puesto a prueba a los que se dicen apóstoles y no lo son, y los encontraste mentirosos; que tienes paciencia y has sufrido por mi nombre, sin desfallecer. Pero tengo contra ti que has perdido la caridad que tenías al principio. Recuerda, por tanto, de dónde has caído, arrepiéntete y práctica las obras de antes (Ap 2, 2-5).
3. Renovación interior
Una conversión sincera no puede reducirse a un episodio pasajero, no es una torrentera que pasa; debe ser una renovación interior, que es lo que nos pide el Papa Benedicto en este Año Sacerdotal a todos.
La vida cristiana, tanto en el plano personal como colectivo, se ve expuesta con el peso del tiempo al decaimiento y al desgaste de las energías interiores, si no cuidamos de reponerlas. Necesitamos de momentos intensos de fortalecimiento espiritual. Es necesario aprovechar este tiempo propicio que es la Cuaresma para plantearse la disyuntiva de renovarse o morir.
Renovarse en cuanto al sentido de pecado, que fácilmente se pierde hoy, porque así se llega a la pérdida del sentido de Dios, al ateísmo encubierto y práctico, como una y otra vez nos advierten los Papas.
Renovarse, según el sentido evangélico, en lo que constituye el centro y la esencia del cristianismo, la caridad. Dios amado sobre todo, y el prójimo amado por Él, sin discriminaciones, refrescando nuestra existencia con una vida evangélica.
Renovarse, según la Palabra de Dios, como hijos de la Iglesia, en la fidelidad a las verdades del Magisterio, para mantener vivos y actuales los vínculos de comunión eclesial. Esta renovación interior, reclamada por el Año Sacerdotal y urgida ahora por la Cuaresma, reviste una particular importancia para todo el pueblo de Dios. El Concilio Vaticano II enseña que la santificación de los presbíteros es condición indispensable para la renovación interna de la Iglesia.
4. La fuerza del Espíritu
Toda la actividad de Jesús de Nazaret se desarrolla bajo la presencia del Espíritu Santo: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para evangelizar a los pobres, me ha enviado para anunciar la redención a los cautivos (Lc 4, 18). Las palabras del profeta Isaías encuentran en Jesús su plena realización: Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír (Lc 4, 21).
La unción y la misión del Espíritu abarcan todo el ser, toda la vida y la acción apostólica de Jesús. Él fue concebido, por obra del Espíritu Santo, de Santa María Virgen y en ese misterio de la encarnación han visto los Santos Padres la acción de su humanidad por el Espíritu, unción que después se va a manifestar en su bautismo en el Jordán, cuando el Espíritu Santo se pose sobre Él, y el mismo Espíritu que le ha ungido, le guíe al desierto, le conduzca a la actividad apostólica, le envíe a cumplir la misión para la que ha sido encomendado por el Padre. Y tras su muerte y resurrección Jesús concede a la Iglesia el don del Espíritu Santo, que desde Pentecostés la acompaña permanentemente.
Por eso, la Iglesia de todos los tiempos puede repetir las palabras del Señor en la sinagoga de Nazaret: Hoy se cumple esta Escritura. Se cumple cada vez que la unción del Espíritu consagra a los cristianos en el bautismo y la confirmación para el sacerdocio común de los fieles, y se cumple también cada vez que son ordenados nuevos candidatos para el sacerdocio ministerial por la unción del Espíritu mediante la imposición de las manos.
Todo es obra del Espíritu Santo: nuestra vocación, el sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial, nuestra misión en la Iglesia. Es la misma fuerza e impulso del Espíritu Santo que actuó en Jesús y que ahora dinamiza a la Iglesia y la empuja a continuar, a través de los tiempos, la misión del Señor de anunciar el Evangelio, impulsados y animados por el Espíritu.
5. El Espíritu aviva la fe
La primera actividad del Espíritu en el corazón de los discípulos es ayudar a comprender, hacer que descubramos con fuerza la verdad de Dios, de Jesucristo, del mundo de la gracia y de la comunión.
La obra del Espíritu es mantener la actualidad permanente y universal de los hechos históricos de Jesús, y situarnos a nosotros ante la realidad actual y la potencia salvífica de estos hechos.
El primer ejercicio de esta Cuaresma es avivar nuestra fe, avivar en nosotros el encuentro con Dios, recibir esa iluminación interior que nos haga vivir en su presencia. Hacer que Dios y su obra sean de verdad algo real y verdadero para nosotros.
En la vida actual vivimos demasiado dispersos, demasiado acaparados por las cosas exteriores. Nos cuesta el silencio, el recogimiento, el asomarnos a la profundidad de la vida, del ser, de la historia y de la esperanza. Con frecuencia la imagen de Dios nos queda excesivamente lejana, difusa, palidecida, casi perdida.
La falta del ejercicio teologal de la fe nos hace inseguros en nuestras relaciones personales con Dios, desconfiados, recelosos, huidizos. En nuestro interior hay una especie de eclipse de Dios, como un poniente que nos lo oculta y con el desvanecimiento de Dios se oscurecen todas las demás cosas del mundo del Espíritu.
Si pretendemos vivir esta Cuaresma como un tiempo de renovación interior hay que comenzar por pedir al Espíritu Santo que restaure en nosotros la seguridad de la presencia de Dios, el gusto de la comunicación con Él, el gozo de su verdad y de su cercanía, la gloria de su gracia.
6. El Espíritu nos impulsa al amor a Dios y al hermano
La segunda actividad del Espíritu Santo en nosotros tiene que ser el amor de Dios y de las cosas diversas.
Hoy, en nuestro mundo religioso, hablamos poco del amor de Dios. Tenemos, a veces, mucha preocupación por inculcar a la gente el amor al prójimo, el servicio a los demás. Pero hablamos demasiado poco de Dios y casi nada del necesario amor de Dios, del derecho que Dios tiene a ser amado por nosotros, de nuestra necesidad de amor a Dios, de fijar nuestro corazón en Él para vivir en la verdad y situar nuestra voluntad desde el principio en las raíces del bien y de la felicidad.
El Espíritu Santo infunde en nuestros corazones el amor verdadero de Dios, ese amor que nos acerca, que nos hace complacernos en su presencia, descansar en su providencia porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se ha dado (Rm 5,5). Nosotros solos nunca podríamos alcanzar un amor verdadero de Dios como bien, como fuente de vida amable y deseable.
El Espíritu Santo nos hace vivir ante Dios como verdaderos hijos, pues el Espíritu mismo da testimonio junto con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios (Rm 8, 16). Siempre nos resulta dificultoso vivir de verdad esta filiación. Ser hijos requiere vivir con comunicación real, cercana, confiada, amorosa, constante, obediente. Los cristianos no tenemos la sensación de vivir habitualmente en la casa del Padre llenos de felicidad. Vivimos más como siervos que como hijos, a la fuerza, malhumorados, midiendo y regateando lo que damos, comparándonos con los demás. Nos parecemos demasiado al hijo mayor de la parábola del Hijo pródigo (cf. Lc 15, 11-32).
En este momento podríamos muy bien recordar la oración de Charles de Foucauld: Padre mío, haz de mí lo que quieras...., pero no sería necesario, ya que tendría que ser más que suficiente la oración del Padrenuestro que Jesús mismo nos enseñó, rezada de verdad y desde un espíritu filial. No se puede rezar bien el Padrenuestro sin el acento filial de Jesús, obra del Espíritu Santo.
7. El Espíritu nos enseña a orar como conviene
Es el Espíritu Santo, con su iluminación y con la fuerza de su amor, quien nos tiene que ayudar a conseguir el gusto por la oración, la capacidad de quedarnos quietos en la cercanía de Dios, el realismo y la verdad de nuestra convivencia con el Señor.
La Cuaresma es preparación para celebrar la Pascua del Señor. Esta celebración supone certeza, seguridad, complacencia, amor y esperanza de la resurrección. ¿Cómo podríamos celebrar lo que no creemos firmemente, lo que no deseamos con verdad y claridad?
El Espíritu Santo es el que nos hace entrar en la intimidad de Dios, llamarle Padre, gemir en su presencia. Él viene constantemente en ayuda de nuestra oración (cf. Rm 8,26), oración de alabanza, de cercanía, de gozo en la comunión y en la esperanza de encontrarnos con Él en la gloria del cielo. Oración eclesial, comunitaria y litúrgica.
Tengamos presente el cuidado de nuestras eucaristías para que sean verdaderamente rezadas, celebradas y vividas en su presencia, junto al Cristo del calvario y de la gloria, con la Iglesia entera.
Hagamos el esfuerzo para que nuestras eucaristías sean estar entre los apóstoles junto a Jesús, en el cenáculo. Con Juan y María junto a la primera Misa de la Cruz.
8. El Espíritu Santo fuente de comunión, don y tarea
El Espíritu Santo es la fuente profunda de la comunión. Comunión de Cristo con el Padre, de los discípulos con Cristo, de los discípulos entre sí.
Trabajar por la Iglesia y por el Reino es trabajar en favor de la comunión integral, de la comunión interior y exterior. La comunión es don que hay que pedir y tarea que hay que desarrollar a lo largo de toda nuestra vida. Es fruto de la penitencia, de la conversión, de la comunión espiritual con el Señor y con el Dios vivo. La comunión espiritual y mística que crea el Espíritu tiene que hacerse visible y efectiva, tanto con los hermanos como con el conjunto de la Iglesia y de la humanidad (cf. 1 Co 12,13).
La comunión con los hermanos tiene que ser consecuencia, signo, ejercicio de nuestra comunión con Dios y con Cristo. Si estoy con Dios tengo que estar con estos hermanos en los que Dios está también, a los que Dios ama, a los que ha elegido para la misma misión que nosotros hemos recibido.
Si estamos con Cristo, ¿cómo no estar en comunión con el Papa y con el Obispo, con la tradición apostólica, con la Iglesia entera nacida de Cristo, por la que me llega su conocimiento y los dones de su Espíritu?
Vivir claramente la unidad. Vivir espiritualmente con Cristo implica vivir, también, históricamente con Él, mediante la comunión visible con quienes son la continuidad y la extensión visible de su propia humanidad.
9. El Espíritu nos invita a permanecer al servicio de los pobres
La vuelta a Dios, el acercamiento a la esperanza de la resurrección y de la vida eterna, la comunión eclesial y fraterna tienen que vivirse en el ejercicio de la caridad, en una solícita atención y en un servicio afectivo a las necesidades de los pobres, de quienes viven en dificultad por la enfermedad, por la edad, por las carencias o las deficiencias de cualquier género.
Los menos capacitados, los menos queridos, los menos tenidos en cuenta, los menos capaces llevan el sello del Hijo del hombre, son por eso mismo los católicos quienes, ante las dificultades reales para solucionar este problema, no podemos caer en el desánimo, pues tenemos la firme convicción de nuestra fe en la fuerza del Espíritu de Dios, que es el único capaz de transformar los corazones de piedra en corazones de carne, y dar vida a los huesos inanimados. Por ello, permitidme hermanos, que una cuaresma más os haga una llamada a la solidaridad con los parados.
Como nos enseñó el Concilio Vaticano II: el trabajo humano (...) es muy superior a los restantes elementos de la vida económica, pues éstos desempeñan sólo el papel de instrumentos (GS 67), y el trabajo hace posible que el hombre y la mujer se realicen a sí mismos, afirmen su responsabilidad, y se inserten en la sociedad para colaborar con Dios en el crecimiento de nuestro mundo, que Él conduce.
Sustraer de este derecho a las personas es un atentado a su dignidad. Por ello, la Iglesia considera deber suyo recordar siempre la dignidad y los derechos de los hombres al trabajo, denunciar las situaciones en las que se violan dichos derechos, y contribuir a orientar estos cambios para que se realice un auténtico progreso del hombre y de la sociedad (Juan Pablo II, Carta Encíclica Laborem exercens, 1d).
El problema del paro y la situación económica es ingente, pero la fuerza del Espíritu de Dios es mayor. Llenos de este Espíritu, derramado por Cristo resucitado sobre sus discípulos, dejemos que actúe en nosotros, y nos ayude a tener una experiencia gozosa de fraternidad y solidaridad con todos los parados, preferidos de Dios, y ocasión para manifestar con ellos la verdad del amor gratuito de Dios que habita en la Iglesia por el Espíritu Santo.
Hoy nos encontramos con el hecho de la indiferencia de las personas y de las instituciones a la hora de hacer frente a la crisis económica y del paro. El Papa Benedicto XVI en su Mensaje para la Cuaresma de 2010 ha propuesto una reflexión iluminadora sobre el tema de la justicia, partiendo de la afirmación paulina: La justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo (cf. Rm 3, 21-22).
La justicia distributiva -afirma el Papa- no proporciona al ser humano todo lo suyo que le corresponde. Éste, además del pan y más que el pan, necesita a Dios (Mensaje del Santo Padre Benedicto XVI para la Cuaresma de 2010).
El Papa observa la tentación permanente del hombre y de las ideologías modernas: Dado que la injusticia viene de fuera, para que reine la justicia es suficiente con eliminar las causas exteriores que impiden su puesta en práctica. Esta manera de pensar -advierte Jesús- es ingenua y miope (Ibid.).
Para ello, el Papa hace caer en la cuenta de que la injusticia, fruto del mal, no tiene raíces exclusivamente externas; tiene su origen en el corazón humano, donde se encuentra el germen de una misteriosa convivencia con el mal. (...) Es el egoísmo, consecuencia de la culpa original (Ibíd.).
Y el Papa se pregunta: ¿Cómo puede el hombre librarse de este impulso egoísta y abrirse al amor? (Ibíd.).
Hace falta humildad para aceptar tener necesidad de Otro que me libere de lo mío, para darme gratuitamente lo suyo. Esto sucede especialmente en los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. Gracias a la acción de Cristo, nosotros podemos entrar en la justicia más grande, que es la del amor (cf. Rm 13, 8-10), la justicia de quien en cualquier caso se siente siempre más deudor que acreedor, porque ha recibido más de lo que podía esperar (Ibíd.).
Precisamente por la fuerza de esta experiencia, el cristiano se ve impulsado a contribuir a la formación de sociedades justas, donde todos reciban lo necesario para vivir según su propia dignidad de hombres y donde la justicia sea vivificada por el amor (Ibíd.).
En esta Cuaresma tenemos que dedicar tiempo a estar con ellos, a atenderlos, a aliviar sus necesidades, a hacerlos sentir el amor gratuito de Dios, a hacer de verdad con ellos la realidad de la vida eterna que queremos acercar y adelantar por los ejercicios de la Cuaresma. Esto entra también en la realidad de las celebraciones pascuales.
Si vivimos la Cuaresma el mundo tendrá que ser más celestial, a partir de unas celebraciones pascuales sinceras y eficaces. Una Iglesia, más Reino de Dios, con menos fronteras entre este mundo y el otro, menos silencio y oscurecimiento de Dios, de gloria de su gracia, menos distancias para el triunfo del cordero. Todo se resume en la oración del Apocalipsis: El Espíritu y la esposa dicen: ¡Ven! (Ap 22, 17).
10. El Espíritu nos alienta a vivir una Cuaresma misionera y evangelizadora
Si vivimos de verdad la Cuaresma fácilmente sabremos transmitir a los demás el mensaje de este tiempo de gracia y de renovación. Si no lo vivimos personalmente difícilmente podremos fingirlo por mucho tiempo.
Durante esta Cuaresma de 2010 no se trata de hacer más cosas, sino de hacerlas mejor. Intentemos, pues, hacerlo todo con más verdad, con más inspiración, en una palabra, con más espíritu, con más sintonía profunda con Jesús.
El Espíritu Santo es siempre el motor de la misión de la Iglesia. En el libro de los Hechos de los Apóstoles vemos la presencia y la actuación del Espíritu en el origen de cada una de las empresas misioneras de los discípulos, Pedro, Andrés, Esteban, Pablo (Hch 8, 14; 11, 19-30; 19, 1-7).
Esta Cuaresma que queremos que sea del Espíritu Santo, tiene que ser, también, la Cuaresma que nosotros ofrezcamos y proclamemos en la Iglesia misionera y evangelizadora. Pensemos, ante todo, que el Espíritu Santo está presente y actuando en nuestro mundo, suscitando la memoria de Jesús y preparando los corazones para que entiendan y acepten su palabra. La creación entera gime y sufre con dolores de parto hasta el momento presente. Y no solo ella, sino que nosotros, que poseemos ya los primeros frutos del espíritu, también gemimos aguardando la adopción de hijos, la redención de nuestro cuerpo (Rm 8, 22-23).
Una Cuaresma misionera y evangelizadora requiere que cuidemos los modos y contenidos de la predicación, animados por el Espíritu. Tiene que haber, más predicación y una predicación diferente por el tono, el sentimiento, los contenidos, las exhortaciones. Más que nunca: convertíos y reconciliaos con Dios (cf. 2 Cor 5, 20).
Una Cuaresma misionera y evangelizadora postula unas celebraciones de la penitencia más frecuentes, más comunes, más apremiantes. Celebraciones no sacramentales que desarrollen el espíritu de penitencia y arrepentimiento, y que preparen para vivir personalmente la celebración sacramental del perdón.
Una Cuaresma misionera y evangelizadora pide intensificar la oferta de las celebraciones sacramentales personales, rememorando el procedimiento según lo tiene establecido y recomendado la Santa Madre Iglesia. No confesiones de rutina, sino confesiones que sean una verdadera celebración de conversión, de vuelta a la casa del Padre, o de vuelta al fervor de la verdadera fidelidad y del primer amor.
Una Cuaresma misionera y evangelizadora exige esa misma oferta en la vivencia de la comunión, sus celebraciones, visitas, servicios, ejercicios de caridad, en las residencias, en las casas o barrios de los necesitados, y así plantearlos como ejercicios de la cuaresma, así habrá quien se apunte para el servicio de visitar a los enfermos, en sus casas, en los hospitales, quien se encargue de hacer una presencia especial de atención y servicio en las casas y barrios de los marginados, de los pobres, en las cárceles, etc.
Os invito a seguir trabajando y reflexionando, con la fuerza del Espíritu Santo, en el objetivo pastoral diocesano sobre la Parroquia misionera y evangelizadora. Me consta que lo estáis haciendo así en muchos grupos parroquiales. Entre todos, y en cada parroquia en particular, encontraremos los caminos para que seamos auténticos misioneros y evangelizadores en la sociedad concreta de hoy.
Considero que entonces el resultado de nuestra cuaresma, personal y ministerial, tiene que ser la manifestación del hombre del Espíritu, con un estilo nuevo de vida evangélica que podríamos describirlo siguiendo las sugerencias del apóstol san Pablo en la carta a los Romanos (cf. Rm 12, 12 ss):
* Hombre libre de las esclavitudes interiores y exteriores.
* Libre para amar, para creer, para servir, para esperar.
* Con sencillez y humildad.
* Con intimidad e intensidad.
* Con gozo y alegría en la esperanzas.
* Con paciencia frente a las tribulaciones.
* Con perseverancia en la oración, en la fe, en el amor.
* Cogidos y colgados de la mano del Señor.
* Para poder llegar a ser testigos permanentes.
* Con la palabra, con el consejo y con las obras.
* Verdaderos signos vivientes de la presencia del Señor en medio de su pueblo.
Los hombres y mujeres de espíritu son los que perpetúan en el mundo la vida de Jesús, su experiencia filial, su lucha contra el poder y las fuerzas del mal, su anuncio y realización del Reino, en continuidad con la verdad de la resurrección de Jesús, detrás del cual está la verdad del amor y de la gracia de Dios que nos conduce hasta la verdad de sus promesas.
11. Conclusión
Siguiendo el esquema del evangelio (cf. Mt 6, 1-18) y de la liturgia del miércoles de ceniza que celebramos al inicio de la cuaresma, os sugiero como resumen de esta carta pastoral, algunas propuestas para esta Cuaresma de 2010:
Con la limosna entregamos lo que se le debe al que no tiene. Nuestra solidaridad durante cada día de la cuaresma se podría concretar, como ya se hace en muchas comunidades, depositando en una hucha familiar aquello que después vamos a entregar a Cáritas el día del Jueves Santo. Las Cáritas de la Diócesis han atendido durante el año 2009 a unas 6000 familias, que supone un total de casi 20.000 personas.
En cuanto a la oración os sugiero que dediquéis un tiempo diario a la oración personal. Para ello habría que dedicar también un lugar y un espacio en los templos debidamente conocido por los fieles. En este Año Sacerdotal se debería instituir los jueves sacerdotales para rezar por los sacerdotes y las vocaciones sacerdotales y religiosas. Además de las celebraciones comunitarias de la penitencia habría que facilitar un tiempo concreto y amplio a los fieles, durante la cuaresma, para que tengan la posibilidad de ser atendidos personalmente.
Con el ayuno se nos invita a privarnos de algunas cosas a favor de los demás: ayunando de horas de televisión y dedicando el tiempo a una buena lectura, a la visita de enfermos o al diálogo en familia, y dedicando aquello que sería un gasto innecesario o superfluo a las necesidades de los más desfavorecidos.
La mayoría de estas propuestas sé que se realizan en las comunidades parroquiales y religiosas, pero os las recuerdo y os pido que las intensifiquéis con ilusión y entrega, siguiendo el consejo de Jesús en el evangelio: tu Padre, que ve en lo secreto, te lo premiará (Mt 6, 4).
Finalmente, el Espíritu de Jesús es consolador y reconfortante, y tiene que serlo especialmente en tiempos de dureza y sequedad. San Pablo sitúa el gozo inmediatamente después del amor (Gal 5,22). Tenemos que ser capaces de vivir en nuestros tiempos con el gozo de la esperanza, en medio de las persecuciones del mundo y de los consuelos de Dios (LG 8).
Que Santa María, que acogió plenamente la Palabra bajo la acción del Espíritu Santo, nos ayude a ser dóciles a la acción del Espíritu durante esta Cuaresma y siempre.
Reza por vosotros, os quiere y bendice,
+ Antonio Ceballos Atienza
Obispo de Cádiz y Ceuta
Cádiz, 11 de febrero de 2010.
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