sábado, 29 de enero de 2011
Jesús no excluye a nadie !!!! (Evangelio dominical)
Jesús no excluye a nadie. A todos anuncia la buena noticia de Dios, pero esta noticia no puede ser escuchada por todos de la misma manera. Todos pueden entrar en su reino, pero no todos de la misma manera, pues la misericordia de Dios está urgiendo antes que nada a que se haga justicia a los más pobres y humillados. Por eso la venida de Dios es una suerte para los que viven explotados, mientras se convierte en amenaza para los causantes de esa explotación.
Jesús declara de manera rotunda que el reino de Dios es para los pobres. Tiene ante sus ojos a aquellas gentes que viven humilladas en sus aldeas, sin poder defenderse de los poderosos terratenientes; conoce bien el hambre de aquellos niños desnutridos; ha visto llorar de rabia e impotencia a aquellos campesinos cuando los recaudadores se llevan hacia Séforis o Tiberíades lo mejor de sus cosechas. Son ellos los que necesitan escuchar antes que nadie la noticia del reino: «Dichosos los que no tenéis nada, porque es vuestro el reino de Dios; dichosos los que ahora tenéis hambre, porque seréis saciados; dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis» . Jesús los declara dichosos, incluso en medio de esa situación injusta que padecen, no porque pronto serán ricos como los grandes propietarios de aquellas tierras, sino porque Dios está ya viniendo para suprimir la miseria, terminar con el hambre y hacer aflorar la sonrisa en sus labios.
Él se alegra ya desde ahora con ellos. No les invita a la resignación, sino a la esperanza. No quiere que se hagan falsas ilusiones, sino que recuperen su dignidad. Todos tienen que saber que Dios es el defensor de los pobres. Ellos son sus preferidos. Si su reinado es acogido, todo cambiará para bien de los últimos. Esta es la fe de Jesús, su pasión y su lucha.
Jesús no habla de la «pobreza» en abstracto, sino de aquellos pobres con los que él trata mientras recorre las aldeas. Familias que sobreviven malamente, gentes que luchan por no perder sus tierras y su honor, niños amenazados por el hambre y la enfermedad, prostitutas y mendigos despreciados por todos, enfermos y endemoniados a los que se les niega el mínimo de dignidad, leprosos marginados por la sociedad y la religión.
Aldeas enteras que viven bajo la opresión de las élites urbanas, sufriendo el desprecio y la humillación. Hombres y mujeres sin posibilidades de un futuro mejor. ¿Por qué el reino de Dios va a constituir una buena noticia para estos pobres? ¿Por qué van a ser ellos los privilegiados? ¿Es que Dios no es neutral? ¿Es que no ama a todos por igual?
Si Jesús hubiera dicho que el reino de Dios llegaba para hacer felices a los justos, hubiera tenido su lógica y todos le habrían entendido, pero que Dios esté a favor de los pobres, sin tener en cuenta su comportamiento moral, resulta escandaloso. ¿Es que los pobres son mejores que los demás, para merecer un trato privilegiado dentro del reino de Dios?
Jesús nunca alabó a los pobres por sus virtudes o cualidades. Probablemente aquellos campesinos no eran mejores que los poderosos que los oprimían; también ellos abusaban de otros más débiles y exigían el pago de las deudas sin compasión alguna. Al proclamar las bienaventuranzas, Jesús no dice que los pobres son buenos o virtuosos, sino que están sufriendo injustamente. Si Dios se pone de su parte, no es porque se lo merezcan, sino porque lo necesitan. Dios, Padre misericordioso de todos, no puede reinar sino haciendo ante todo justicia a los que nadie se la hace. Esto es lo que despierta una alegría grande en Jesús: ¡Dios defiende a los que nadie defiende!
Esta fe de Jesús se arraigaba en una larga tradición. Lo que el pueblo de Israel esperaba siempre de sus reyes era que supieran defender a los pobres y desvalidos. Un buen rey se debe preocupar de su protección, no porque sean mejores ciudadanos que los demás, sino simplemente porque necesitan ser protegidos. La justicia del rey no consiste en ser «imparcial» con todos, sino en hacer justicia a favor de los que son oprimidos injustamente. Lo dice con claridad un salmo que presentaba el ideal de un buen rey: «Defenderá a los humildes del pueblo, salvará a la gente pobre y aplastará al opresor...
Librará al pobre que suplica, al desdichado y al que nadie ampara. Se apiadará del débil y del pobre. Salvará la vida de los pobres, la rescatará de la opresión y la violencia. Su sangre será preciosa ante sus ojos». La conclusión de Jesús es clara. Si algún rey sabe hacer justicia a los pobres, ese es Dios, el «amante de la justicia». No se deja engañar por el culto que se le ofrece en el templo. De nada sirven los sacrificios, los ayunos y las peregrinaciones a Jerusalén. Para Dios, lo primero es hacer justicia a los pobres.
Probablemente Jesús recitó más de una vez un salmo que proclama así a Dios:
«Él hace justicia a los oprimidos,
da pan a los hambrientos,
libera a los condenados...
el Señor protege al inmigrante,
sostiene a la viuda y al huérfano».
Si hubiera conocido esta bella oración del libro de Judit, habría gozado: «Tú eres el Dios de los humildes, el defensor de los pequeños, apoyo de los débiles, refugio de los desvalidos, salvador de los desesperados». Así experimenta también Jesús a Dios.
Lectura del santo Evangelio según san Mateo (5, 1-12)
. Al ver estas multitudes, subió a la montaña, y habiéndose sentado, se le acercaron sus discípulos.
Entonces, abrió su boca, y se puso a enseñarles así:
"Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque a ellos pertenece el reino de los cielos.
Bienaventurados los afligidos, porque serán consolados.
Bienaventurados los mansos, porque heredarán la tierra.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque serán hartados.
Bienaventurados los que tienen misericordia, porque para ellos habrá misericordia.
Bienaventurados los de corazón puro, porque verán a Dios.
Bienaventurados los pacificadores, porque serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque a ellos pertenece el reino de los cielos.
Dichosos seréis cuando os insultaren, cuando os persiguieren, cuando dijeren mintiendo todo mal contra vosotros, por causa mía.
Gozaos y alegraos, porque vuestra recompensa es grande en los cielos, pues así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros".
Palabra de Dios
COMENTARIO.
Estamos en el domingo IV del tiempo ordinario. Después de escuchar el domingo anterior una llamada a la conversión porque está cerca el reino de los cielos y una invitación a seguir a Jesús, contemplamos en este domingo el programa cristiano de las bienaventuranzas. Una de las páginas más bellas de la Sagrada Escritura.
Las Bienaventuranzas son actitudes o disposiciones del corazón que se nos invitan a tener, si queremos seguir a Jesús. Son modalidades del amor cristiano: pobres por amor, misericordiosos por amor... En ellas se contiene la máxima expresión de lo que significa ser cristiano.
Las bienaventuranzas son los contravalores del mundo en el que estamos viviendo; son lo contrario del poder, del tener, del gozar, del sobresalir...
Las bienaventuranzas presentan unos criterios de felicidad. Todos buscamos la felicidad, cada uno por los caminos que cree convenientes. El camino que nos presenta las bienaventuranzas es un camino paradójico: parece mentira pero es cierto. ¿Cómo ser felices los pobres o los que lloran o los sufridos...?. La felicidad aparece mezclada con el dolor.
Dichosos los pobres de espíritu, los que son sencillos y humildes; los que, por no tener, es más fácil que confíen en Dios que los que tienen, que confían en sus bienes. Se puede ser más feliz viviendo la pobreza de espíritu que estando esclavo del espíritu de riqueza, que estando pendiente del tener, el poder y el gozar.
La primera lectura presenta el resto de Israel como un pueblo pobre y humilde y San Pablo en la segunda lectura incide en la misma idea, diciendo que en la asamblea de los corintios no hay gente destacada, porque Dios ha escogido lo necio del mundo para humillar a los sabios.
Esta primera bienaventuranza es como el pórtico de todas las demás.
Dichosos los sufridos, los que tienen capacidad de aguante ante las adversidades. Dichosos los mansos, traducen otros; los que tiene capacidad de aguante y no responden con violencia a los contratiempos de la vida y de la convivencia. Se puede ser más feliz controlando la violencia que todos llevamos dentro que teniendo agresividad. Se puede ser más feliz renunciando a los propios derechos, por amor, que estando continuamente reclamando los derechos que uno tiene.
Dichosos los que lloran. Difícil bienaventuranza.
Esta bienaventuranza es señal de lo que son todas: un compuesto de cruz y gloria, de dolor y de dicha. Llegaremos a la gloria del cielo, pero hay que pasar por la cruz; llegaremos a la dicha de las bienaventuranzas, pero hay que pasar también por el dolor.
Dichosos los que afrontan con entereza el dolor y las lágrimas, porque después de llorar con todas las lágrimas podrán reír con todas las risas. Se puede ser más feliz asumiendo el dolor y las lágrimas que huyendo de ellos.
Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, dichosos los que quieren que la voluntad de Dios se cumpla; la justicia es lo que se ajusta a la voluntad de Dios. Se puede llegar a la plenitud de la felicidad cumpliendo la voluntad de Dios, porque su voluntad es nuestra felicidad, más que si nos dedicamos a cumplir nuestra caprichosa voluntad.
Dichosos los misericordiosos, los que son capaces de abrirse a la misericordia de Dios reconociendo las propias miserias, los que experimentan lo que Dios nos quiere a cada uno de nosotros, porque serán capaces de llevar ese amor a todos. Se puede ser más feliz siendo comprensivo, siempre, con los pecados y las miserias de los demás que "llevando cuentas del mal", porque el amor no lleva cuentas del mal, olvida las ofensas.
Dichosos los limpios de corazón. Esta bienaventuranza viene a ser una condena de las falsas purezas, la de quienes tienen todo limpio menos el corazón; la de quienes están dedicados a ser buenos pero no tienen tiempo de hacer el bien. Dichosos los limpios de corazón quizá quiere decir: Dichosos los que todavía mantienen la inocencia. Se puede ser más feliz manteniendo la inocencia primera que siendo un desconfiado de todo para que no te la den. Quizá la vida consiste en recuperar la inocencia.
(Considero que reducir esta bienaventuranza a la ‘pureza’ entendida ésta sexualmente es una reducción ‘enfermiza’. Podemos incluir la sexualidad como limpieza de corazón, pero muy delicada y ampliamente).
Dichosos los que trabajan por la paz. Dichosos los pacificadores, los que se dedican a la reconciliación mas que a la división. Dichosos los que declaran la guerra a las formas ficticias de paz, que esconden injusticias o faltas contra la verdad. Se puede ser más feliz viviendo reconciliados con Dios, con uno mismo y con los demás, que viviendo enemistados y divididos.
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia. Dichosos los que son coherentes con su fe y con los valores del evangelio. Dichosos los que, por ser fieles a la voluntad de Dios, encuentran dificultades es su vida. La felicidad de quien es coherente hasta el final es una paz que se debe conquistar superando cualquier dificultad. Se puede ser más feliz siendo coherente con lo que se cree que dejando que la fe no se manifieste en las decisiones de la vida diaria, aunque eso te complique un poco la vida.
Que el Señor nos ayude a vivir el espíritu de las bienaventuranzas y nos haga encontrar la auténtica felicidad.
Fuentes:
Iluminación Divina
José A. Pagola
Pedro Creespo Arias
Imágenes film "De hombres y de Dioses".
Ángel Corbalán
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