lunes, 17 de enero de 2011

Oración por la unidad de los cristianos !!!!

Son unos días de súplica a la Santísima Trinidad pidiendo el pleno cumplimiento de las palabras del Señor en la Última Cena: “Padre Santo, guarda en tu nombre a aquellos que me has dado, para que sean uno como nosotros” (Juan 17,11).
La oración de Cristo alcanza también a quienes nunca se han contado entre sus seguidores. Dice Jesús: Tengo otras ovejas que no son de este redil, a ésas también es necesario que las traiga, y oirán mi voz y formarán un solo rebaño con un solo pastor (Juan 10, 16).

ALABANZAS AL SANTÍSIMO


Tú eres el Señor Dios;
Tú eres el Dios de los dioses, quien solo obras maravillas.
Tú eres fuerte, tú eres grande, tú eres Altísimo; tú eres Todopoderoso.
Tú santo Padre, Rey de la tierra y del cielo.
Tú eres trino y uno; Señor Dios de dioses.
Tú eres bueno, eres todo lo bueno,
eres el mayor bien; el Señor Dios, vivo y veraz.
Tú eres amor, caridad; tú eres sabiduría; tú eres humildad.
Tú eres paciencia; tú fortaleza y prudencia.
Tú eres seguridad, tú eres descanso; tú eres gozo y contentamiento.
Tú eres justicia y templanza; tú eres todo nuestro tesoro y abundancia.
Tú eres la belleza, tú eres la suavidad; tú eres el protector;
Tú eres el guardián y el defensor.
Tú eres nuestro refugio y fortaleza;
Tú eres nuestra fe, esperanza y caridad.
Tú eres nuestra gran dulzura; tú eres nuestra vida eterna.
Infinita Bondad, grande y admirable Señor Dios Todopoderoso:
amante y misericordioso Salvador.
(San Francisco de Asis)

INTRODUCCIÓN:

La Iglesia de Jerusalén, ayer, hoy y mañana

Hace dos mil años, los primeros discípulos de Cristo reunidos en Jerusalén tuvieron la experiencia de la efusión del Espíritu Santo en Pentecostés y han estado reunidos en la unidad que constituye el cuerpo del Cristo. Los cristianos de siempre y de todo lugar ven en este acontecimiento el origen de su comunidad de fieles, llamados a proclamar juntos a Jesucristo como Señor y Salvador. Aunque esta Iglesia primitiva de Jerusalén ha conocido dificultades, tanto exteriormente como en su seno, sus miembros han perseverado en la fidelidad y en la comunión fraterna, en la fracción del pan y en las oraciones.
No es difícil constatar que la situación de los primeros cristianos de la Ciudad Santa se vincula hoy a la Iglesia de Jerusalén. La comunidad actual conoce muchas alegrías y sufrimientos que fueron las de la Iglesia primitiva: sus injusticias y desigualdades, sus divisiones, y también su fiel perseverancia y su consideración de una unidad mayor entre los cristianos.
Las Iglesias de Jerusalén nos hacen actualmente entrever lo que significa luchar por la unidad, incluso en las grandes dificultades. Nos muestran que la llamada a la unidad puede ir bien más allá de las palabras y orientarnos de verdad hacia un futuro que nos haga anticipar la Jerusalén celestial y contribuir a su construcción.
Es necesario el realismo para que esta idea se convierta en realidad. La responsabilidad de nuestras divisiones nos incumbe; son fruto de nuestros propios actos. Debemos transformar nuestra oración, y pedir a Dios transformarnos nosotros mismos para que podamos trabajar activamente para la unidad. Tenemos buena voluntad para pedir por la unidad. Puede que el Espíritu Santo nos anime a nosotros mismos ante el obstáculo de la unidad; ¿nuestra propia soberbia impide la unidad?
La llamada a la unidad llega este año desde Jerusalén, la Iglesia madre, a las Iglesias del mundo.

CANTO AL ESPÍRITU SANTO

Con María, la Madre de Jesús,
el Espíritu nos une,
el Espíritu nos une en el amor.

Lenguas del cielo bajaron,
se oyó un viento del cielo,
los hombres tristes, cobardes,
salieron fuertes, contentos.

Por María descendió,
el Espíritu a la tierra,
y, desde aquella mañana,
vuelve la fe de la Iglesia.

MEDITACIÓN: LA UNIDAD DEBE HACERSE PRIMERO EN EL CORAZÓN.




Deja allí tu ofrenda allí mismo delante del altar, y ve primero a reconciliarte con tu hermano; luego regresa y presenta tu ofrenda (Mt 5,24).

Ven y aprende:
- Por la mañana, siembra tu grano de amor.
- A mediodía, siembra tu grano de paz.
- Al atardecer; siembra tu grano de reconciliación.
Oramos personalmente, haciendo presente en nuestra mente los momentos en los que nuestra unidad se ha visto puesta a prueba. Pidamos perdón al Señor por nuestra falta de solidaridad, obediencia, generosidad. Agradecemos al Señor su presencia alentadora en esos momentos difíciles.
Gloria a Dios en las Alturas,
Gloria a Aquel que ha sacado mi alma
de las entrañas de la tierra.
Gloria a La luz tres veces santa,
por el Poder de Aquel
por Quien todas las cosas han sido hechas.
Gloria a Dios, invencible,
incomparable en Su Autoridad.
Gloria al Inmortal,
en el Cual encontramos la inmortalidad.

Oh Altísimo, que Tu aliento,
que es pura emanación de Tú Gloria,
nos reviva v nos renueve
en un solo cuerpo glorioso

LECTURA DE LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES 2, 42-47


Todos se mantenían constantes a la hora de escuchar la enseñanza de los apóstoles, de compartir lo que tenían, de celebrar la cena del Señor y de participar en la oración. Todo el mundo estaba impresionado a la vista de los numerosos prodigios y señales realizados por los apóstoles. En cuanto a los creyentes, vivían todos de mutuo acuerdo y todo lo compartían. Hasta vendían las propiedades y bienes, y repartían el dinero entre todos según la necesidad de cada cual. A diario acudían al Templo con constancia y en íntima armonía, celebraban en familia la cena del Señor y compartían juntos el alimento con sencillez y alegría sinceras. Alababan a Dios, y toda la gente los miraba con simpatía. Por su parte, el Señor aumentaba cada día el grupo de los que estaban en camino de salvación

REFLEXIÓN
- Eran constantes en escuchar la Palabra, sabedores de que un orante es la palabra que escucha y guarda en el corazón hasta que se cumple. Hasta poder decir: “No me he hecho yo, me ha hecho el Evangelio de cada día”.
- Eran asiduos en la comunión de vida. La comunidad dejaba que la vida circulase y pasase de uno a otro, sabedores de que los dones de cada uno eran dones del Espíritu para todos.
- Eran perseverantes en el partir el pan, reconociendo agradecidos que el pan era de Dios, y convirtiéndolo, al partirlo, en pan nuestro y para todos.
- Perseveraban en las oraciones, vivían unidos, lo tenían todo en común. Todo lo que tenían lo llamaban “nuestro”; ése era el lenguaje que el Espíritu les enseñaba.

ORACIÓN PENITENCIAL



P.: Con las Iglesias de Jerusalén, roguemos al Señor. Recordamos que los creyentes eran asiduos en la enseñanza de los apóstoles y en la comunión fraterna. Confesamos nuestras faltas de fidelidad y fraternidad. Roguemos al Señor.
A.: Señor, ten piedad.
P.: Con las Iglesias de Jerusalén, roguemos al Señor. Recordamos que el temor ganaba todos los corazones y que eran testigos de muchos prodigios y señales. Confesamos la estrechez de nuestra vista que nos impide descubrir la gloria de tu obra en medio de nosotros. Roguemos al Señor.
A.: Señor, ten piedad.
P.: Con las Iglesias de Jerusalén, roguemos al Señor. Recordamos que los creyentes ponían todo en común y ayudaban a los que estaban en necesidad. Confesamos que nos agarramos a nuestros bienes en detrimento de los pobres. Roguemos al Señor.
A.: Señor, ten piedad.
P.: Con las Iglesias de Jerusalén, roguemos al Señor. Recordamos que los creyentes oraban con asiduidad y partían el pan entre ellos en la alegría y la simplicidad del corazón. Confesamos nuestra falta de amor y generosidad. Roguemos al Señor.
A.: Señor, ten piedad.
Seguridad del perdón de Dios
P.: He aquí lo que ha sido anunciado por el profeta Joel: “Sucederá en los últimos días, declara el Señor, que extenderé mi Espíritu sobre toda carne… Entonces cualquiera que invoque el nombre del Señor se salvará”.
Nosotros esperamos la llegada del Señor, nosotros tenemos también la seguridad de que, en Cristo, somos perdonados, renovados y restablecidos en la unidad.
Fórmula de paz
P.: Cristo es nuestra paz. Nos reconcilió con Dios en un único cuerpo por la cruz; nos reunimos en su nombre y compartimos su paz.
Que la paz del Señor esté siempre con vosotros.
A.: Y con tu espíritu.

LETANIA DE LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS
P.: En Cristo el mundo se reconcilia con Dios que nos confía el mensaje de la reconciliación. Somos embajadores de Cristo, encargados de su obra de reconciliación, y elevamos a Dios nuestras preces:
L.: Cuando oramos juntos en la diversidad de nuestras tradiciones,
A.: Tú el Santo, tú que nos unes, haz visible nuestra unidad y da al mundo la curación.
L.: Cuando leemos la Biblia juntos en la diversidad de nuestras lenguas y nuestros contextos de vida,
A.: Tú que te revelas, tú que nos unes, haz visible nuestra unidad y da al mundo la curación.
L.: Cuando establecemos relaciones amistosas entre judíos, cristianos y musulmanes, cuando destruimos las paredes de indiferencia y odio,
A.: Tú el misericordioso, tú que nos unes, haz visible nuestra unidad y da al mundo la curación.
L.: Cuando trabajamos por la justicia y la solidaridad, cuando pasamos del temor a la confianza,
A.: Tú que fortificas, tú que nos unes, haz visible nuestra unidad y da al mundo la curación.
L.: Por todas partes donde se sufre guerra y violencia, injusticia y desigualdades, enfermedad y prejuicios, pobreza y desesperación, atráenos hacia la cruz de Cristo y los unos hacia los otros,
A.: Tú que fuiste herido, tú que nos unes, haz visible nuestra unidad y da al mundo la curación.
P.: Con los cristianos de Tierra Santa, damos testimonio también del nacimiento de Jesucristo en Belén, de su ministerio en Galilea, de su muerte y su resurrección, y de la llegada del Espíritu Santo en Jerusalén; imploramos la paz y la justicia para todos, en la segura y firme esperanza de la llegada de tu reino,
A.: Tú Dios trinitario, tú que nos unes, haz visible nuestra unidad y da al mundo la curación
ORACIÓN FINAL

Oración a María Madre de la Iglesia



María, tus hijos llenos de gozo,
Te proclamamos por siempre bienaventurada
Tú aceptaste gozosa la invitación del Padre
para ser la Madre de su Hijo.
Con ello nos invitas a descubrir
la alegría del amor y la obediencia a Dios.
Tú que acompañaste hasta la cruz a tu Hijo,
danos fortaleza ante el dolor
y grandeza de corazón
para amar a quienes nos ofenden.

Tú al unirte a la oración de los discípulos,
esperando el Espíritu Santo,
te convertiste en modelo
de la Iglesia orante y misionera.
Desde tu asunción a los Cielos,
proteges los pasos de quienes peregrinan.
guíanos en la búsqueda
de la justicia, la paz y la fraternidad.
María gracias por tenerte como Madre.
Amén.







Fuentes:
Iluminación Divina
Ana Navarro
Ángel Corbalán

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