sábado, 17 de septiembre de 2011

"Id también vosotros a mi viña." (Evangelio dominical)


Algunos definen al ser humano como (en latín) homo económico, eso es el hombre que vive para expandir su valor económico. No parece justa esta definición. Según Jesús el ser humano es homo delectus, eso es el hombre querido por Dios. Por el amor de Dios somos creados en su imagen. Por el amor de Dios somos miembros de su gran familia.

Hoy celebramos el domingo 25 del tiempo ordinario. Hoy en el Evangelio de San mateo, se comenta la parabola del dueño de una hacienda y los viñadores, parábola esta que, ampliamente explicaremos. Para ello, hoy contamos con las opiniones de tres religiosos; José A. Pagola (Parábola del propietario generoso), José María Vegas (Id a trabajar a mi viña) y Luis Eduardo Molina Valverde (Comentario).



PARABOLA DEL PROPIETARIO GENEROSO:

Enseñanza de Jesús en la parábola

A) Jesús proclama ante todo, a través de esta parábola, la bondad de Dios. Dios es Alguien que no excluye de su bondad a nadie ni siquiera a los que son tenidos por últimos, a los despreciados, a los pecadores, publicanos. Dios ofrece también su salvación a los que han hecho muy poco o nada; incluso a estos últimos quiere darles lo que merecen. Así es Dios con todas las gentes.

B) Esta bondad de Dios sobrepasa nuestra idea de justicia. Dios no descuida a nadie, no deja de premiar a nadie, no queda en deuda con ninguno, a nadie hará injusticia. Por eso nadie podrá presentarse con reclamaciones justificadas ante Dios. La bondad de Dios no podrá quedar encerrada dentro de las ideas de justicia que nosotros manejamos.

C) Esta idea que Jesús anuncia quiere decir que Dios no recompensa simplemente a las perdonas según lo que hagan -no queda atado a lo que hacen los hombres- como si fuera un distribuidor automático que da a cada uno lo que merece… Eso es falso: Dios no da a cada uno lo que merece -desde luego que no le dará menos- pero le dará más, le puede dar más. La actuación de Dios para con los hombres es fruto de su bondad, la cual no entra dentro de nuestras categorías y nuestros criterios de justicia humana.

D) La bondad de Dios es lo que explica y justifica la actitud de Jesús. El se acerca también a los últimos, a los pecadores… porque sencillamente es El la encarnación de ese Dios de Bondad. Por eso, Jesús es siempre un Evangelio, una Buena Noticia para los últimos, para los que tienen muy poco que presentar, para los pecadores.

E) La actitud bondadosa y generosa de Dios y de Jesús solamente resultan escandalosas para quienes todavía no entienden a Dios ni han comprendido quién es El. Pero todo el que se extrañe, se escandalice de que Dios es así, tiene que pensar ante todo si en su corazón no habrá envidia y falta de amor. Porque no se puede murmurar contra la bondad de Dios. Pedirle cuentas de por qué a los otros más aunque merezcan menos será actuar con envidia. Ante la bondad de Dios nadie puede decir nada.



La enseñanza de la parábola en Mateo

Mateo recogió esta parábola y le pareció situarla donde lo ha hecho para así explicar la frase de “muchos primeros…”

Esta idea es de Jesús: “la idea de que habrá un cambio de situaciones” y va dirigida a sus discípulos para los que llegará un día en que se sentarán a juzgar las doce tribus de Israel. Llegará un día en el que se dará la justicia que aquí no se da.

Mateo pudo tener otra intención: si uno conoce un poco el Evangelio de Mateo sabe que tienen en su evangelio una intención eclesial. Habla mucho de la Iglesia, del nuevo Israel en contraste con la sinagoga. Y por eso, probablemente quiere dar aquí una catequesis eclesial. La comunidad estaba formada por judeocristianos y cristianos procedentes de la gentilidad y probablemente quiere recordar lo siguiente: “que dentro de la comunidad cristiana los judeocristianos no se sientan con más derechos que los demás, no se sientan los primeros porque Dios es tan bueno que quiere coger también a otros últimos, los provenientes del paganismo. (recuerda esta idea en 8, 11). Pero esta lección de Mateo es secundaria en esta parábola.



La predicación de la parábola HOY

A) Esta parábola nos está diciendo que a Dios tenemos que presentarle como un Dios cuya característica principal es: una actitud de bondad, generosidad hacia los últimos. Dios es inexplicablemente bueno. Esto es lo que tiene que decir un cristiano. Y que su bondad no puede quedar encerrada en nuestros criterios y en las medidas estrechas de la justicia humana. Rebasa todos nuestros cálculos.

B) Es también una crítica de un Dios manipulado por el hombre. Dios no es alguien encadenado y que tenga que estar pendiente de cada uno de nosotros para saber qué nos tiene que dar. Dios es mucho más grande que todo eso. Dios no dará a nadie menos de lo que le corresponde. Dará eso y también lo no merecido.

C) Es también una crítica de cualquier postura religiosa en la que el ser humano se sienta con algún derecho de reclamación ante Dios. Esta parábola recuerda otra muy importante: Lc. 17, 1-10. Ante Dios nadie puede presentarse con reclamaciones: “Cuando hayáis hecho todo lo que os fue mandado decid: somos siervos inútiles, hemos hecho lo que debíamos hace”. Es también una crítica de la religión concebida como una adquisición de derecho ante Dios. Todo el que crea que por oír misa… tiene unos derechos ante Dios, se equivoca. Pero hay que saber las dos cosas: considerarse “siervos inútiles “ y esperar más de lo merecido.

D) Es asimismo una crítica terrible contra aquellos que, basándose en la autenticidad de su vida, se creen con derecho a poseer a Dios de manera especial. Se creen los primeros. Cualquier postura de tipo sectarista, creernos un grupo selecto, que monopolizamos a Dios, que somos del Vaticano o de Trento… que merecemos una bendición especial de Dios, nos equivocamos totalmente. Nadie puede colocarse ante Dios creyendo que tiene derecho especial de gozar su bendición, de su ayuda y de su recompensa divina con anterioridad y con preferencia a otros.

E) Es una crítica para los que se escandalizan y se extrañan de que Dios, Cristo o su Iglesia adoptan una postura de bondad o de preocupación especialmente por los últimos… de cualquier orden que sean. El escandalizarse de que la Iglesia se preocupe de ellos es un signo bien claro de que no conocemos la bondad de Dios. También los que pertenecemos a la Iglesia podemos caer en ese escándalo. El Evangelio es una Buena Noticia para los últimos y para quienes comprenden que Dios es para esos últimos.

F) Una comunidad que desea hoy encarnar a Cristo y anunciar su mensaje, que quiera descubrir al Dios cristiano en el mundo actual, tiene que ser una comunidad que ante la gente adopte una postura no sólo de estricta justicia sino una bondad generosa para los últimos. Si una comunidad quiere descubrir a ese Dios, al que no se le puede medir con categorías humanas de justicia, tiene que comprender que, a la hora de relacionarse unos con otros, su actuación no tiene que ser de injusticia. Una comunidad cristiana no hace injusticia a nadie y tiene que ofrecerse a las personas, a los marginados, a los pecadores… y saber dar lo que no merece la gente por Dios es así: es bueno y sabe dar a cada uno lo que no merecemos.




Id a trabajar a mi viña



No es raro encontrarse con reacciones adversas a esta paradójica y provocativa parábola de Jesús. Son reacciones del tipo: «esas cosas podrían pasar en tiempos de Jesús, pero no en los nuestros…» La cuestión y la sal de la parábola está en que «esas cosas» tampoco podían pasar en esos tiempos, y, precisamente por eso, Jesús cuenta la parábola y describe la reacción iracunda de los trabajadores de primera hora: para llamar la atención. Para llamar la atención, ¿sobre qué? Jesús no trata de explicarnos un nuevo (y extraño) sistema de relaciones laborales y salariales, ni tampoco pretende defender o justificar la arbitrariedad patronal. La cuestión que plantea no tiene vigencia en determinados tiempos, pasados o futuros, sino sólo y exclusivamente en un lugar: en la viña del Señor, en el Reino de Dios.

Cualquier judío del tiempo de Jesús entendía al escuchar el término “viña”, que no se trataba aquí de un campo de trabajo cualquiera. La viña era un símbolo del pueblo de Dios y, en concreto, del amor entrañable y del cuidado del Señor sobre él, y también de las expectativas frustradas de que ese amor y ese cuidado dieran buenos frutos (cf. Is 5, 1-7). Así que, al hablarnos del trabajo en la viña, Jesús nos está explicando qué significa estar y trabajar en el campo del Reino de Dios.

Ser enviado a la viña y permanecer y trabajar en ella es, ante todo, una invitación y una gracia, un regalo para el que no valen méritos previos. Por eso, la invitación se cursa a todos los que están dispuestos a ir, independientemente de la hora del día, es decir, de la edad, la nacionalidad, la condición social y moral o las convicciones religiosas. La viña, el Reino de Dios, es el ámbito en el que es posible encontrar a Dios, descubrir su rostro paterno y misericordioso, su voluntad salvífica: “Buscad al Señor mientras se le encuentra, invocadlo mientras esté cerca; que el malvado abandone su camino, y el criminal sus planes; que regrese al Señor, y él tendrá piedad, a nuestro Dios, que es rico en perdón”. Ese ámbito, claro está, más que un lugar es la relación con una persona concreta, portadora del Reino de Dios: Jesucristo.

Ahora bien, la imagen misma de la viña nos da la idea de que estar en ella no es un estado de ociosidad, sino de actividad, de trabajo. La viña que era el pueblo de Israel le dio a Dios y a sus colaboradores (Moisés, los profetas, etc.) mucho que hacer, mucho trabajo y muchos padecimientos. Y no menos trabajo le da a Jesús hacer cercano este reinado de Dios: “mi Padre trabaja siempre y yo también trabajo” (Jn 5, 17). La gracia de estar con Jesús y de seguirle conlleva la participación en su trabajo y en su misión, significa hacer propia su causa, querer lo que él quiere, esforzarse porque la semilla caiga en buena tierra y dé buenos frutos, uvas y no agrazones.

Y es justamente en este trabajo en el que se aplica una “lógica salarial” que no es la propia de las normales relaciones laborales de los otros tajos humanos, sino otra que, igual que el cielo es más alto que la tierra, es más alta que nuestros planes y nuestros caminos. El salario es el mismo Cristo. Por eso, aquí no se trata de méritos, ni de derechos laborales, ni es posible un más o un menos, pues Cristo se entrega a todos, entero y sin reservas a aquellos que han aceptado en circunstancias y horas dispares acoger el don y la misión de trabajar en su viña.

A no ser que entremos a trabajar en esa viña como mercenarios, que sólo buscan su provecho individual. Y, entonces, sí, entonces es posible comparar, exhibir méritos, antigüedad, horas de trabajo y productividad. Jesús se dirige aquí a los judíos (escribas y fariseos) que hacían de la ley un instrumento de su provecho personal y de sus privilegios. Ellos “eran” más ante Dios, puesto que cumplían más y mejor, y podían mirar por encima del hombro a los gentiles, excluidos de la elección, y a los otros judíos, ignorantes de la ley. Usaban a Dios, su ley, su viña al servicio de sus intereses personales.

Pero hemos de aplicarnos la advertencia implicada en esta parábola también a nosotros, los cristianos, que podemos caer en peligros semejantes: sea porque somos “cristianos viejos”, de “los de toda la vida”; sea porque nos consideramos la élite, por nuestros conocimientos o la intensidad de nuestro compromiso… En vez de servir, nos servimos: por los más diversos motivos, podemos tratar de hacer de la viña del Señor el instrumento de nuestros intereses, de nuestro orgullo, de nuestra forma de medrar, de “ser alguien”, de conseguir mayor salario que otros, recién llegados, trabajadores de última hora y que, a nuestro entender, no han hecho tantos méritos como nosotros. Sin caer en la cuenta de que el salario, el denario igual para todos, es el mismo Señor, la participación en su vida, en su misión, en su bondad generosa y rica en perdón para con todos.


Pablo nos da hoy un magnífico ejemplo de lo que significa ser trabajador de esta viña. Él nos enseña que lo importante, lo que llena su corazón, es la viña misma, la causa de Jesús, que Él sea glorificado y conocido, sin importar el precio que tiene que pagar él, obrero del Evangelio, en trabajos, sufrimientos, en vida y en muerte. Hasta el punto de que Pablo no sólo no mira el esfuerzo realizado, “aguantando el peso del día y el bochorno”, y que merece ya el justo premio, sino que, por el bien de la viña, está dispuesto a prolongar indefinidamente la jornada de trabajo, difiriendo la consecución del salario. Y es que Pablo ha comprendido esos planes que no son nuestros planes, esos caminos que no son nuestros caminos, esa bondad característica del dueño de la viña que está por encima de toda lógica mercantil: mirando la porción de viña en la que le ha tocado trabajar, y a los creyentes que se le han confiado, recién llegados a la fe y trabajadores de última hora, lo que él quiere es que puedan también ellos recibir el salario íntegro al que él mismo aspira: llevar una vida digna del Evangelio de Cristo.


Lectura del Santo Evangelio Según San Mateo (20,1-16):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «El Reino de los Cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: "Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido." Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: "¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?" Le respondieron: "Nadie nos ha contratado." Él les dijo: "Id también vosotros a mi viña." Cuando oscureció, el dueño de la viña dijo al capataz: "Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros." Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo: "Estos últimos han trabajado sólo una hora, y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno." Él replicó a uno de ellos: "Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?" Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos.»

Palabra del Señor


COMENTARIO.



Amanecer y crepúsculo están emparejados con la noche. El primero se despega de ella con aliciente de luz y expectativas de actividad; el otro, se sumerge en las sombras, con aspiración al descanso y al letargo nocturno.

La claridad de la jornada abraza a la noche por ambos extremos: en la madrugada anunciando trabajo y al atardecer esperando el reposo. Lo que escapa de las sombras de la noche se desenvuelve en claridades donde se desarrolla la mayor parte de los quehaceres humanos, y el quehacer será más ventajoso cuanta más jornada aproveche.

El propietario se puso en movimiento con los primeros rastros de luz y salió a buscar trabajadores para su viña. Su disposición es la del que pretende no desperdiciar ninguna de las posibilidades de la jornada. Es el más interesado en la salud de la viña y su producción. Pero, a la par que la lógica preocupación por su plantío, demuestra una dedicación especial para proponer trabajo a aquellos jornaleros inactivos que se va encontrando.

En cinco ocasiones ofrece labor a los que no trabajaban; la última de ellas poco antes de concluir la jornada. Cuando se dirige a estos últimos preguntándoles por qué están el día entero sin trabajar, ellos contestan, demostrando cierta pasividad en su respuesta, que nadie los ha contratado.

Esto nos puede suscitar la pregunta: ¿por qué no habían sido contratados? Por ser holgazanes, por ser ancianos, por ser maleantes, por estar enfermos o impedidos...

El evangelista no se detiene en lo que no preocupa para el relato; quiere destacar, no los motivos para la inactividad, sino la disponibilidad bondadosa del dueño de la viña que sí está activo durante todo el día para descubrir a los necesitados de trabajo. Hay que señalar que ninguno de los invitados rechaza; todos acuden a la labor.

El episodio adquiere especial tensión en el momento del crepúsculo, cuando se interrumpe la tarea y llega la hora del cobro. Los que han soportado sobre sus cuerpos la dureza de toda la jornada reciben el mismo salario que los que no estuvieron empleados más que una hora. La protesta que sale de su boca nos contagia, pues resulta legítima como reivindicación ante injusticia. Equiparar los sueldos es un agravio. Bien sabe el jornalero madrugador el rigor de las horas de trabajo y el sol.

La parábola nos ha sumergido en una tensión religiosa: la gratuidad de la salvación y la necesidad de las obras. Este pasaje no excluye la justicia de Dios, sino que subraya su bondad, de forma desbordante sobre aquellos más necesitados de su misericordia, los que "no son contratados", que podemos identificar con los pecadores.

La presencia de este Señor de la viña altera un sistema de valores "cabal" y presenta la sorpresa de una bondad inesperada, hasta el punto de que no deja de incordiar cierta sensación de injusticia en el interior. En ningún momento se presenta una salvación incondicional (el cobro del trabajo), sin su aceptación por parte de la persona salvada; porque todos los jornaleros aceptaron la oferta y trabajaron, a medida de larga jornada o de hora estrecha.

Esto pone en guardia sobre el peligro actual de entender la bondad de Dios al margen de su justicia y, todavía más, de la verdad. Si la bondad de Dios lo permite todo, lo consiente todo... aboca hacia la concepción de un Dios difuso, perdido en la identidad de un valor supremo, el Bien, sobre el que poco se puede decir sin riesgo de compromiso, más que es bueno.

Con paralelo de extremo opuesto está la concepción del Dios exclusivamente, tan simpático a quienes tienen una comprensión rígida y legalista de la relación con la divinidad, los que entienden que su vida moral, presumiblemente sin tacha, les hace ganar el cielo.

El profeta Isaías animaba a la búsqueda de Dios y encontrarnos con la sorpresa de una misericordia que descabala nuestros planes, de un Dios cuyos caminos exigen disposición para abrirse a una nueva altura que se nos queda lejana por cortedad de miras.

El aprender camino en esta dimensión hace poner la vida entera a disposición del Señor, como muestra san Pablo en la carta a los Filipenses, donde vida y muerte no son tratados desde una perspectiva de supervivencia, sino como aquello desde lo cual se puede cumplir mejor la voluntad de Dios y servir a los hermanos. El conocimiento de esto lleva al aprendizaje de una bondad divina maravillosa e ilimitada.










Fuentes:
Iluminación Divina
José A. Pagola
José Maria Vegas, cmf
Luis Eduardo Molina Valverde
Ángel Corbalán

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