sábado, 24 de septiembre de 2011
Id también vosotros a mi viña!! (Evangelio dominical)
Hoy día 25 de Septiembre, celebramos el domingo 26 del Tiempo ordinario. Los comentarios, se refieren a la parábola que en el Evangelio se San Mateo; Jesús, explica como un pdre envía a sus dos hijos a trabajar en la viña, y la respuesta de ambos a la orden dada por el padre. El primero, le contesta que no y después, reflexiona y va. El segundo, por el contrario, le dice que si y posteriormente no va. En este caso, Jesús, se dirije a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo.
Hoy contamos con tres religiosos que a través de sus homilias, nos dan su explicación de este Evangelio. Los religiosos son; José A. Pagola(El peligro de la religión), José Maria Vegas(Noes y sies a la llamada de Dios) y Ángel Gómez Escorial(Comentario).
El Peligro de la Religión.
Jesús lleva unos días en Jerusalén moviéndose en los alrededores del templo. No encuentra por las calles la acogida amistosa de las aldeas de Galilea. Los dirigentes religiosos que se cruzan en su camino tratan de desautorizarlo ante la gente sencilla de la capital. No descansarán hasta enviarlo a la cruz.
Jesús no pierde la paz. Con paciencia incansable sigue llamándolos a la conversión. Les cuenta una anécdota sencilla que se le acaba de ocurrir al verlos: la conversación de un padre que pide a sus dos hijos que vayan a trabajar a la viña de la familia.
El primero rechaza al padre con una negativa tajante: «No quiero». No le da explicación alguna. Sencillamente no le da la gana. Sin embargo, más tarde reflexiona, se da cuenta de que está rechazando a su padre y, arrepentido, marcha a la viña.
El segundo atiende amablemente la petición de su padre: «Voy, señor». Parece dispuesto a cumplir sus deseos, pero pronto se olvida de lo que ha dicho. No vuelve a pensar en su padre.
Todo queda en palabras. No marcha a la viña.
Por si no han entendido su mensaje, Jesús dirigiéndose a «los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo», les aplica de manera directa y provocativa la parábola: «Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios». Quiere que reconozcan su resistencia a entrar en el proyecto del Padre.
Ellos son los "profesionales" de la religión: los que han dicho un gran "sí" al Dios del templo, los especialistas del culto, los guardianes de la ley. No sienten necesidad de convertirse. Por eso, cuando ha venido el profeta Juan a preparar los caminos a Dios, le han dicho "no"; cuando ha llegado Jesús invitándolos a entrar en su reino, siguen diciendo "no".
Por el contrario, los publicanos y las prostitutas son los "profesionales del pecado": los que han dicho un gran "no" al Dios de la religión; los que se han colocado fuera de la ley y del culto santo. Sin embargo, su corazón se ha mantenido abierto a la conversión. Cuando ha venido Juan han creído en él; al llegar Jesús lo han acogido.
La religión no siempre conduce a hacer la voluntad del Padre. Nos podemos sentir seguros en el cumplimiento de nuestros deberes religiosos y acostumbrarnos a pensar que nosotros no necesitamos convertirnos ni cambiar. Son los alejados de la religión los que han de hacerlo. Por eso es tan peligroso sustituir la escucha del Evangelio por la piedad religiosa. Lo dijo Jesús: "No todo el que me diga "Señor", "Señor" entrará en el reino de Dios, sino el que haga la voluntad de mi Padre del cielo"
Noes y síes a la llamada de Dios
La creencia bíblica más tradicional, de fuerte arraigo popular, consideraba que el pecado implicaba una responsabilidad colectiva, y que la culpa pasaba de padres a hijos. Ése es el sentido del refrán que Ezequiel cita al principio de este capítulo 18: “los padres comieron agraces y los hijos tuvieron dentera”. El profeta se opone a esta mentalidad e insiste en la responsabilidad personal del hombre, tanto en la justicia como en el pecado, en sus consecuencias de vida y de muerte. Pero no siempre es tan fácil identificar con claridad a los justos y a los pecadores, pues con frecuencia las apariencias engañan. Jesús nos da hoy una preciosa lección a este respecto, que es toda una invitación a examinarnos en profundidad. De nuevo se sirve de la imagen de la viña. Ya sabemos que trabajar en ella no es una cuestión salarial, sino una gracia, un regalo que Dios nos hace: estar y trabajar en la viña es estar junto al Hijo y participar de su filiación. Como no somos esclavos o meros siervos asalariados, sino hijos, la libertad tiene que ser un signo distintivo de nuestro trabajo en la viña: Dios no nos manda despóticamente, sino que apela a nuestra libre disposición a cooperar en su campo. Y, como ya hemos dicho, las respuestas a esta llamada pueden ser muy distintas y también engañosas.
Hay quienes se manifiestan dispuestos a trabajar en la viña, y afirman aceptar el Señor, pero lo hacen sólo de boquilla. Estos pueden ser los que practican externamente, pero en sus actitudes personales, en su escala vital de valores, en sus intereses reales viven de espaldas a lo que confiesan. Jesús se está dirigiendo a los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo, los “justos oficiales” de aquel tiempo, los que tenían la misión de enseñar y guiar al pueblo de Dios, pero que eran impermeables a la Palabra, incapaces de entenderla y acogerla, pues estaban rechazando al que la encarnaba en su propia persona. A nosotros, creyentes y practicantes de nuestro tiempo, especialmente a los evangelizadores activos (sacerdotes, religiosos, catequistas, educadores, etc.), esta palabra nos tiene que interpelar: ¿hasta qué punto escuchamos y acogemos lo que anunciamos y predicamos, de modo que dirija realmente nuestro modo de vida? Si decimos “sí”, pero no llevamos a la práctica ese sí a la llamada de Dios, no somos sólo incoherentes, sino que podemos además contribuir al desprestigio y el abandono de la viña por parte de muchos otros.
Se puede aplicar la actitud del hijo que dice sí pero no va a la viña en otro sentido, hoy muy actual: son los que se dicen creyentes pero no practicantes. Le dirigen a Dios un sí pálido y desvaído, pero sin concederle ni tiempo ni atención, sin disposición alguna a ir a trabajar a la viña, aunque de ciento en viento se pasan por ella para comerse algunos racimos, que otros han cuidado y hecho crecer.
En la otra orilla encontramos aquellos que están oficialmente alejados, pecadores más o menos reconocidos, pero que están interiormente bien dispuestos a la conversión: pueden ser personas víctimas de sus circunstancias, pero en búsqueda sincera, que para cambiar de vida y acercarse sinceramente a Dios, a vivir de una manera nueva, a trabajar en la viña tal vez necesiten sólo un empujón de la gracia, a veces en forma de una mano amiga y un corazón comprensivo que no se apresura a juzgarlos. La historia es generosa en ejemplos de este último grupo, algunos de los cuales iluminan con fuerza el santoral de la Iglesia: Pablo de Tarso, Agustín de Hipona, Francisco de Asís…
En unos casos y otros Jesús nos advierte de que existen profundidades del corazón que no alcanza una mirada superficial. Y así como hay justicias aparentes, que esconden dureza de corazón y soberbia, hay también pecadores dispuestos a la conversión y al cambio de vida. El pecado no es un estado definitivo, la conversión es posible. Y esta llamada a la conversión alcanza a todos: si nos sentimos justos ante Dios, debemos examinar si no estaremos desoyendo por autocomplacencia u orgullo alguna llamada suya; si nos sentimos pecadores y “perdidos”, tenemos que saber que Dios nos está buscando, que no desespera de nosotros, que abre para nosotros caminos para una vida nueva.
Con la parábola de los dos hijos, Jesús no está diciendo que todos los justos sean unos hipócritas, ni que la prostitución y la usura sean buenas. Está llamándonos a escuchar su Palabra de corazón y a acordar nuestro corazón con nuestro comportamiento. Porque la figura de los dos hijos no agota todo el arco de posibles respuestas: existen también los que dicen que no y, en efecto, no van a la viña. El misterio de la libertad humana se afirma aquí en todo su dramatismo, aunque, evidentemente, no es a nosotros a quienes toca juzgar. Y, por fin, están los que dicen que sí y van; estos son los mejores, y esta es la disposición perfecta, la que brota de un amor verdadero a la voluntad del Padre: un amor que escucha de corazón y lo encarna poniéndolo inmediatamente por obra. Esta perfección la encontramos sólo en Cristo (y en María) y sólo en él es posible alcanzarla: Jesús, obediente a la voluntad del Padre, se despojó de su rango, se hizo siervo y esclavo de todos, y su trabajo en la viña de Dios que es el mundo llegó hasta el extremo de entregar su vida entera, hasta la muerte y muerte de Cruz. Y, nosotros, que pecamos con alguno de los modos encarnados por los hijos de la parábola, o con una mezcla de los dos, estamos llamados a asemejarnos a Cristo y a alcanzar su misma perfección. Pero eso no lo podemos hacer por nuestras propias fuerzas, sino sólo unidos a Cristo Jesús, esto es, como nos manda hoy el Apóstol Pablo, haciendo propios sus mismos sentimientos.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (21,28-32):
En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: "Hijo, ve hoy a trabajar en la viña." Él le contestó: "No quiero." Pero después recapacitó y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: "Voy, señor." Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?»
Contestaron: «El primero.»
Jesús les dijo: «Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia, y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no recapacitasteis ni le creísteis.»
Palabra del Señor
COMENTARIO.
PROSTITUTAS Y FARISEOS
El mayor riesgo que tiene un creyente es caer en el pecado farisaico. A veces cuando ha derrotado con éxito a otros enemigos temibles como el cansancio, la lejanía, la ausencia de fe, los pecados del instinto, etc.; cuando, asimismo, parece que ha llegado a la meta, puede caer en el tremendo error de valorar más la forma que el fondo y convertir el templo, o la religión, en una zona de normas, obligaciones, escrúpulos, sospechas y posiciones de superioridad que nada tienen que ver con el camino marcado por Cristo Jesús. Los fariseos históricos convirtieron la generosidad de Dios, comunicada por Moisés, en una selva de normas y preceptos de difícil cumplimiento; los cuales, en cualquiera de los casos, desvirtuaban el legado primero del Padre. Todo ello, impedía el conocimiento de la autentica relación entre Dios y el pueblo elegido, tapando la auténtica ternura y misericordia del Padre, trastocándola en una forma de dictadura temporal y espiritual. Pero, además, dicho entramado tenía como fin establecer un mecanismo dominador para el pueblo. Había, también, un trasfondo económico pues se manejaba para el beneficio de los unos pocos --fariseos, saduceos, escribas y demás funcionarios de la religión oficial-- la riqueza que generaba el Templo de Jerusalén.
LOS ENEMIGOS DE JESÚS
Jesús describe a lo largo de los textos evangélicos muchas actuaciones de los fariseos. Recordemos la escena de la presencia –y sus respectivas oraciones—en el Templo del fariseo y el publicano. Es obvio que en la enumeración del fariseo respecto a su "cumplimiento" religioso, todo estaba hecho. Pero era motivo de soberbia y complacencia. Anteponía la supuesta grandeza del individuo a la real del propio Dios. No reconocía falta alguna –que las habría—por su corazón endurecido. Ahí debe situarse también nuestra reflexión como católicos practicantes. Es posible que acudamos a misa cada domingo, o todos los días; que colaboramos con la parroquia o con el grupo espiritual a que pertenecemos, en las tareas necesarias para el culto o para la edificación de cada uno. Incluso se colaborará con todo aquello que sirve para la ayuda de los menos favorecidos. Pero, tal vez, miraremos por encima del hombro a quienes nos parezcan malos o pecadores. Y desde luego no haremos nada por ayudarles. El publicano se oculta, no puede con el peso de sus culpas, busca patentizar su arrepentimiento y, tal vez, no dispone de la mano amiga de algún otro creyente para iniciar su vida nueva, alejada del pecado. De ahí surge el mensaje angustiado que dirige a Dios. El publicano va a cambiar. El fariseo seguirá acumulando orgullo y desamor ante el "enamoramiento" de si mismo y de su trayectoria. Esa imagen del creyente orgulloso, discriminador y lleno de desprecio para los demás es lo que más daño hace a quien se acerca a un templo, a una iglesia, buscando ayuda, dentro de una crisis de angustia por el peso de los pecados. Hemos de tenerlo muy en cuenta.
EL PECADO FARISAICO
La cuestión farisaica no es ambigua. Diríamos que no siquiera opinable. Jesús lo dice muy claro: "Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios." Y entiéndase que prostitutas y publicanos eran considerados como lo peor, por la sociedad judía de tiempos de Jesús. Los publicanos cobraban impuestos en nombre del invasor romano y además de esquilmar al pueblo hacia importantes negocios con --como dirían hoy los expertos económicos-- con los excedentes dinerarios de su misión. Sin duda, tenían liquidez. Las prostitutas estaban aún peor vistas que en nuestros días. La moralidad judía era exigente y además las mujeres apenas no estaban valoradas. Si una de ellas era "una perdida" pues se convertía en lo más bajo y despreciable. A su vez, los fariseos constituían la autoridad espiritual, actuaban como dispensadores de la doctrina y, por tanto, susceptible de ser imitados. La acusación de Jesús lanzada en público era terrible e insólita.
La gravedad de dicha acusación del Maestro nos tiene que hacer reflexionar ante la posibilidad de que se endurezca nuestro corazón –ahora, hoy, a nosotros—y no veamos la viga en nuestro ojo, mientras que tendemos a sacar a la luz la mota, la brizna, en el ojo de los demás. Sin embargo, el fariseísmo existe en nuestro tiempo y en nuestros templos. Y es un mal de necesaria erradicación. Lo peor es que muchos de "nuestros fariseos" ni siquiera saben que lo son y, además, nadie les advierte de su pecado.
LOS CAUSANTES DEL MAL
Dicen que la prostitución es uno de los oficios más antiguos del mundo. Pero no es cierto. Secuencialmente, es un poco más antiguo el hombre que ofreció dinero a la mujer para obtener sus favores. Por tanto habría que establecer, con cierta ironía y sentido del humor, que el oficio más antiguo es el de putero –palabra castellana refrendada por el Diccionario de la Real Academia—y el de proxeneta. En los tiempos actuales, la prostitución es una industria de altos vuelos, donde la mujer que ofrece su cuerpo suele ser el último eslabón de la cadena. Esto no es un secreto, ni solamente una opinión. Los periódicos suelen publicar muchas noticias sobre el desmantelamiento de redes internacionales de "trata de blancas" y de montajes cada vez más complejos para obligar a muchas mujeres emigrantes a dedicarse a la prostitución sin ninguna otra posibilidad. No se trata de una caída personal y libre en ese "trabajo". Y en torno a la labor de esas mujeres un buen número de gente obtiene altos beneficios. Responsables de locales de alterne, cabarets, operadores de Internet en cuyas páginas se ofrecen dichos servicios y, por supuesto, los grandes diarios que tienen varias páginas dedicadas a anunciar toda clase de actividades dentro de la prostitución.
El caso de los periódicos nos sirve de ejemplo. Mientras que en sus informaciones aluden a la caída de las redes de proxenetas con su carga negativa en la valoración de este asunto y sus páginas editoriales condenan la prostitución, las páginas de anuncios especializados llenan varias páginas todos los días. Son anuncios nada eufemísticos. Ofrecen la "calidad" de dichos servicios con toda clase de detalles. Eso es fariseísmo. Y aunque en los últimos tiempos ha habido muchas presiones para que desaparezca esos anuncios --ejercidas desde ámbitos muy diferentes e, incluso, contrarios entre si—no ha sido posible. Algunos editores defienden sus ingresos por encima del bien común o de los principios religiosos. También está claro que esto último es un caso muy claro de fariseísmo. El que tenga ojos para leer que lea…
Fuentes:
Iluminación Divina
José Maria Vegas, cmf
José A. Pagola
Ángel Gómez Escorial
Ángel Corbalán
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