"Nada te turbe, nada te espante.
Todo se pasa. Dios no se muda.
La paciencia todo lo alcanza.
Quien a Dios tiene, nada le falta.
Sólo Dios basta."
"En la cruz está la gloria, Y el honor,
Y en el padecer dolor, Vida y consuelo,
Y el camino más seguro para el cielo."
Reformadora del Carmelo, Madre de las Carmelitas Descalzas y
de los Carmelitas Descalzos; "mater spiritualium" (título debajo de
su estatua en la basílica vaticana); patrona de los escritores católicos y
Doctora de la Iglesia (1970): La primera mujer, que junto a Santa Catalina de
Sena recibe este título.
Nació en Ávila, España, el 28 de marzo de 1515.
Su nombre, Teresa de Cepeda y Ahumada, hija de Alonso Sánchez de Cepeda y Beatriz Dávila
Ahumada. En su casa eran 12 hijos. Tres del primer matrimonio de Don Alonso y
nueve del segundo, entre estos últimos, Teresa.
Escribe en su autobiografía: "Por la gracia de Dios, todos mis
hermanos y medios hermanos se asemejaban en la virtud a mis buenos padres,
menos yo".
De niños, ella y Rodrigo, su hermano, eran muy aficionados a leer vidas de santos,
y se emocionaron al saber que los que ofrecen su vida por amor a Cristo reciben
un gran premio en el cielo. Así que dispusieronse irse a tierras de mahometanos
a declararse amigos de Jesús y así ser martirizados para conseguir un buen
puesto en el cielo. Afortunadamente, por el camino se encontraron con un tío
suyo que los regresó a su hogar. Entonces dispusieronse construir una celda en
el solar de la casa e irse a rezar allá de vez en cuando, sin que nadie los molestara
ni los distrajese.
La mamá de Teresa murió cuando la joven tenía apenas 14
años. Ella misma cuenta en su autobiografía: "Cuando empecé a caer en la
cuenta de la pérdida tan grande que había tenido, comencé a entristecerme
sobremanera. Entonces me arrodillé delante de una imagen de la Santísima Virgen
y le rogué con muchas lágrimas que me aceptara como hija suya y que quisiera
ser Ella mi madre en adelante. Y lo ha hecho maravillosamente bien".
Sigue diciendo ella: "Por aquel tiempo me aficioné a leer
novelas. Aquellas lecturas enfriaron mi fervor y me hicieron caer en otras
faltas. Comencé a pintarme y a buscar a parecer y a ser coqueta. Ya no estaba
contenta sino cuando tenía una novela entre mis manos. Pero esas lecturas me
dejaban tristeza y desilusión".
Afortunadamente el papá se dio cuenta del cambio de su hija
y la llevó a los 15 años, a estudiar interna en el colegio de hermanas
Agustinas de Ávila. Allí, después de año y medio de estudios enfermó y tuvo que
volver a casa.
Providencialmente una persona piadosa puso en sus manos
"Las Cartas de San Jerónimo", y allí supo por boca de tan grande
santo, cuán peligrosa es la vida del mundo y cuán provechoso es para la
santidad el retirarse a la vida religiosa en un convento. Desde entonces se
propuso que un día sería religiosa.
Comunicó a su padre el deseo que tenía de entrar en un
convento. Él, que la quería muchísimo, le respondió: "Lo harás, pero
cuando yo ya me haya muerto". La joven sabía que el esperar mucho tiempo y
quedarse en el mundo podría hacerla desistir de su propósito de hacerse
religiosa. Y entonces se fugó de la casa. Dice en sus recuerdos: "Aquel
día, al abandonar mi hogar sentía tan terrible angustia, que llegué a pensar
que la agonía y la muerte no podían ser peores de lo que experimentaba yo en
aquel momento. El amor de Dios no era suficientemente grande en mí para ahogar
el amor que profesaba a mi padre y a mis amigos".
La santa determinó quedarse de monja en el convento de
Ávila. Su padre al verla tan resuelta a seguir su vocación, cesó de oponerse.
Ella tenía 20 años. Un año más tarde hizo sus tres juramentos o votos de
castidad, pobreza y obediencia y entró a pertenecer a la Comunidad de hermanas
Carmelitas.
Poco después de empezar a pertenecer a la comunidad
carmelitana, se agravó de un mal que la molestaba. Quizá una fiebre palúdica.
Los médicos no lograban atajar el mal y éste se agravaba. Su padre la llevó a
su casa y fue quedando casi paralizada. Pero esta enfermedad le consiguió un
gran bien, y fue que tuvo oportunidad de leer un librito que iba a cambiar su
vida. Se llamaba "El alfabeto espiritual", por Osuna, y siguiendo las
instrucciones de aquel librito empezó a practicar la oración mental y a
meditar. Estas enseñanzas le van a ser de inmensa utilidad durante toda su
vida. Ella decía después que si en este tiempo no hizo mayores progresos fue
porque todavía no tenía un director espiritual, y sin esta ayuda no se puede
llegar a verdaderas alturas en la oración.
A los tres años de estar enferma encomendó a San José que le
consiguiera la gracia de la curación, y de la manera más inesperada recobró la
salud. En adelante toda su vida será una gran propagadora de la devoción a San
José, Y todos los conventos que fundará los consagrará a este gran santo.
Teresa tenía un gran encanto personal, una simpatía
impresionante, una alegría contagiosa, y una especie de instinto innato de
agradecimiento que la llevaba a corresponder a todas las amabilidades. Con esto
se ganaba la estima de todos los que la rodeaban. Empezar a tratar con ella y
empezar a sentir una inmensa simpatía hacia su persona, eran una misma cosa.
En aquellos tiempos había en los conventos de España la
dañosa costumbre de que las religiosas gastaban mucho tiempo en la sala
recibiendo visitas y charlando en la sala con las muchas personas que iban a
gozar de su conversación. Y esto le quitaba el fervor en la oración y no las
dejaba concentrarse en la meditación y se llegó a convencer de que ella no
podía dedicarse a tener verdadera oración con Dios porque era muy disipada. Y
que debía dejar de orar tanto.
A ella le gustaban los Cristos bien chorreantes de sangre. Y
un día al detenerse ante un crucifijo muy sangrante le preguntó: "Señor,
¿quién te puso así?", y le pareció que una voz le decía: "Tus charlas
en la sala de visitas, esas fueron las que me pusieron así, Teresa". Ella
se echó a llorar y quedó terriblemente impresionada. Pero desde ese día ya no
vuelve a perder tiempo en charlas inútiles y en amistades que no llevan a la
santidad. Y Dios en cambio le concederá enormes progresos en la oración y unas amistades
formidables que le ayudarán a llegar a la santidad.
Teresa tuvo dos ayudas formidables para crecer en santidad:
su gran inclinación a escuchar sermones, aunque fueran largos y cansones y su
devoción por grandes personajes celestiales. Además de su inmensa devoción por
la Santísima Virgen y su fe total en el poder de intercesión de san José, ella
rezaba frecuentemente a dos grandes convertidos: San Agustín y María Magdalena.
Para imitar a esta santa que tanto amó a Jesús, se propuso meditar cada día en
la Pasión y Muerte de Jesús, y esto la hizo crecer mucho en santidad. Y en
honor de San Agustín leyó el libro más famoso del gran santo "las
Confesiones", y su lectura le hizo enorme bien.
Como las sequedades de espíritu le hacían repugnante la oración
y el enemigo del alma le aconsejaba que dejara de rezar y de meditar porque
todo eso le producía aburrimiento, su confesor le avisó que dejar de rezar y de
meditar sería entregarse incondicionalmente al poder de Satanás y un padre
jesuita le recomendó que para orar con más amor y fervor eligiera como
"maestro de oración" al Espíritu Santo y que rezara cada día el Himno
"Ven Creador Espíritu". Ella dirá después: "El Espíritu Santo
como fuerte huracán hace adelantar más en una hora la navecilla de nuestra alma
hacia la santidad, que lo que nosotros habíamos conseguido en meses y años
remando con nuestras solas fuerzas".
Y el Divino Espíritu empezó a concederle Visiones
Celestiales. Al principio se asustó porque había oído hablar de varias mujeres
a las cuales el demonio engañó con visiones imaginarias. Pero hizo confesión
general de toda su vida con un santo sacerdotes y le consultó el caso de sus
visiones, y este le dijo que se trataba de gracias de Dios.
Nuestro Señor le aconsejó en una de sus visiones: "No
te dediques tanto a hablar con gente de este mundo. Dedícate más bien a
comunicarte con el mundo sobrenatural". En algunos de sus éxtasis se
elevaba hasta un metro por los aires (Éxtasis es un estado de contemplación y
meditación tan profundo que se suspenden los sentidos y se tienen visiones
sobrenaturales). Cada visión le dejaba un intenso deseo de ir al cielo.
"Desde entonces – dice ella – dejé de tener medio a la muerte, cosa que
antes me atormentaba mucho". Después de una de aquellas visiones escribió
la bella poesía que dice: "Tan alta vida espero que muero porque no
muero".
Teresa quería que los favores que Dios le concedía
permanecieran en secreto, pero varias personas de las que la rodeaban empezaron
a contar todo esto a la gente y las noticias corrían por la ciudad. Unos la
creían loca y otros la acusaban de hipócrita, de orgullo y presunción.
San Pedro Alcántara, uno de los santos más famosos de ese
tiempo, después de charlar con la famosa carmelita, declaró que el Espíritu de
Dios guiaba a Teresa.
La transverberación. Esta palabra significa: atravesarlo a
uno con una gran herida. Dice ella: "Vi un ángel que venía del tronco de
Dios, con una espada de oro que ardía al rojo vivo como una brasa encendida, y
clavó esa espada en mi corazón. Desde ese momento sentí en mi alma el más
grande amor a Dios".
Desde entonces para Teresa ya no hay sino un solo motivo
para vivir: demostrar a Dios con obras, palabras, sufrimientos y pensamientos
que lo ama con todo su corazón. Y obtener que otros lo amen también.
Al hacer la autopsia del cadáver de la santa encontraron en
su corazón una cicatriz larga y profunda.
Para corresponder a esta gracia la santa hizo el voto o
juramento de hacer siempre lo que más perfecto le pareciera y lo que creyera
que le era más agradable a Dios. Y lo cumplió a la perfección. Un juramento de
estos no lo pueden hacer sino personas extraordinariamente santas.
En aquella época del 1500 las comunidades religiosas habían
decaído de su antiguo fervor. Las comunidades eran demasiado numerosas lo cual
ayudaba mucho a la relajación. Por ejemplo el convento de las carmelitas de
Ávila tenía 140 religiosas. Santa Teresa exclamaba: "La experiencia me ha
demostrado lo que es una casa llena de mujeres. Dios me libre de semejante
calamidad".
Un día una sobrina de la santa le dijo: "Lo mejor sería
fundar una comunidad en que cada casa tuviera pocas hermanas". Santa
Teresa consideró esta idea como venida del cielo y se propuso fundar un nuevo
convento, con pocas hermanas pero bien fervorosas. Ella llevaba ya 25 años en
el convento. Una viuda rica le ofreció una pequeña casa para ello. San Pedro de
Alcántara, San Luis Beltrán y el obispo de la ciudad apoyaron la idea. El
Provincial de los Carmelitas concedió el permiso.
Sin embargo la noticia produjo el más terrible descontento
general y el superior tuvo que retirar el permiso concedido. Pero Teresa no era
mujer débil como para dejarse derrotar fácilmente. Se consiguió amigos en el
palacio del emperador y obtuvo una entrevista con Felipe II y este quedó
encantado de la personalidad de la santa y de las ideas tan luminosas que ella
tenía y ordenó que no la persiguieran más. Y así fue llenando España de sus
nuevos conventos de "Carmelitas Descalzas", poquitas y muy pobres en
cada casa, pero fervorosas y dedicadas a conseguir la santidad propia y la de
los demás.
Se ganó para su causa a San Juan de la Cruz, y con él fundó
los Carmelitas descalzos. Las carmelitas descalzas son ahora 14,000 en 835
conventos en el mundo. Y los carmelitas descalzos son 3,800 en 490 conventos.
Por orden expresa de sus superiores Santa Teresa escribió
unas obras que se han hecho famosas. Su autobiografía titulada "El libro
de la vida"; "El libro de las Moradas" o Castillo interior;
texto importantísimo para poder llegar a la vida mística. Y "Las
fundaciones: o historia de cómo fue creciendo su comunidad. Estas obras las
escribió en medio de mareos y dolores de cabeza. Va narrando con claridad
impresionante sus experiencias espirituales. Tenía pocos libros para consultar
y no había hecho estudios especiales. Sin embrago sus escritos son considerados
como textos clásicos en la literatura española y se han vuelto famosos en todo
el mundo.
Santa Teresa murió el 4 de octubre de 1582 y la enterraron
al día siguiente, el 15 de octubre. ¿Por qué esto? Porque en ese día empezó a
regir el cambio del calendario, cuando
el Papa añadió 10 días al almanaque para corregir un error de cálculo en el
mismo que llevaba arrastrándose ya por años.
Oración a Santa Teresa de Jesús
- de San Alfonso de
Ligorio
Oh, Santa Teresa, Virgen seráfica, querida esposa de Tu
Señor Crucificado, tú, quien en la tierra ardió con un amor tan intenso
hacia tu Dios y mi
Dios, y ahora iluminas como una llama resplandeciente en el paraíso, obtén para
mi también,
te lo ruego, un destello de ese mismo fuego ardiente
y santo que me ayude a olvidar el mundo, las cosas creadas,
aún yo mismo, porque tu ardiente deseo era verle adorado
por todos los hombres.
Concédeme que todos mis pensamientos, deseos y afectos
sean dirigidos siempre a hacer la voluntad de Dios,
la Bondad suprema, aun estando en gozo o en dolor,
porque Él es digno de ser amado y obedecido por siempre.
Obtén para mí esta
gracia, tú que eres tan poderosa con Dios,
que yo me llene de fuego, como tú, con el santo amor de
Dios.
Amén.
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