sábado, 30 de octubre de 2010

"Jesús, a todos perdonas " (Evangelio dominical)



"Señor,queremos ser tus amigos de verdad,
viviendo tu evangelio aquí en la tierra
y en toda la eternidad."


Hay muchos que en la vida aspiran a subir de categoría social, de nivel, de riquezas. Pero también es verdad que en la más tradicional espiritualidad cristiana hay toda una línea que invita a la humillación, al abajarse, a sentirse siempre culpables y pecadores por todo. Parece que la única forma de presentarse ante Dios es la del publicano, haya o no haya razón suficiente. Hay que humillarse, hay que hozar en la herida de la culpabilidad. Sólo así podemos, parece, provocar la misericordia de Dios.

La primera lectura de este domingo nos pone ante una realidad muy diferente que me ha hecho recordar uno de los lemas que presidían una reunión de grupos de matrimonios en la que participé en mis primeros años de sacerdocio: “Dios no hace basura.” Aquel lema nos hizo recordar a todos –tan proclives a darnos golpes de pecho y a pensar que no somos nada, que todo lo hacemos mal, que somos culpables de todo– que somos criaturas de Dios, que Dios nos ha creado. Ese origen es el que nos hace valiosos. Todo ser humano es valioso porque es creación de Dios, porque es hijo o hija de Dios por más que con su comportamiento haya dañado o escondido esa realidad. Como dice la lectura de la Sabiduría: “en todos los seres está tu espíritu inmortal.”

Lo que veían en Zaqueo sus paisanos

Éste debería ser el punto de partida básico de nuestra relación con Dios: somos sus hijos, criaturas suyas, fruto de su amor; con los demás: son nuestros hermanos, son hijos de Dios como nosotros y dignos de su amor y del nuestro; y con la creación: aunque inanimada es fruto también de las manos de Dios, hay que respetarla y cuidarla porque forma parte del río de la vida que Dios ha creado.

A partir de aquí quizá sea más fácil comprender la actitud de Jesús ante Zaqueo, y ante los pecadores y marginados en general, ante todos los que sufrían de cualquier manera. La gente del pueblo de Zaqueo le veían como un explotador. No era precisamente amor lo que sentían por él. Hay que tener en cuenta que en aquellos tiempos el jefe de los publicanos, de los que cobraban los impuestos en nombre del Imperio Romano no eran simplemente empleados de Hacienda como en nuestros días. Los romanos tenían el estado reducido al mínimo y en lugar de tener un ejército de funcionarios subarrendaban el cobro de los impuestos.

Es decir, Zaqueo había firmado una especie de contrato por el que se comprometía a entregar a los romanos una cantidad determinada todos los años. El resto era su problema. ¿Se entiende por qué se dice de él que era un hombre rico? ¿Se entiende porque Mafalda dice en una de sus tiras geniales que “nadie puede amasar una fortuna sin antes hacer harina a los demás”? ¿Se entiende por qué sus paisanos lo veían como un explotador? Estoy seguro de que hoy conocemos también por el nombre a otros “explotadores”.

Lo que Jesús veía en Zaqueo

Pues bien, Jesús mira a Zaqueo y descubre en él otra realidad más profunda y determinante. Lo de ser explotador o rico o mala persona no pasa de ser un accidente, algo que puede cambiar y cambiará. Lo más importante es la realidad básica: es un hijo de Dios, es un hombre que necesita conocer la misericordia y el amor de Dios. Ha buscado la seguridad en sus riquezas, en la explotación a sus hermanos. Jesús le invita a volver a casa, a sentirse de nuevo como lo que es: hijo de Dios.

Esa cercanía provoca el cambio en Zaqueo. Devolverá con creces sus bienes a aquellos a los que ha robado, compartirá lo que tiene con los pobres. Jesús le ha descubierto su ser auténtico y se siente en familia con todos sus hermanos y hermanas. Hay que subrayar que el cambio no ha sido fruto de la amenaza del infierno. Tampoco Jesús ha hecho ningún tipo de denuncia profética dejando al descubierto la injusticia de su comportamiento. Jesús lo hace con los fariseos pero no en este caso. Aquí sólo se ha acercado a él y se ha auto-invitado en su casa. Zaqueo era un hombre que había encontrado la seguridad en sus riquezas pero era también, quizá por eso mismo, un marginado social. Jesús le ha integrado en la gran familia de los hijos de Dios, esa familia que no excluye a nadie. Por una razón simple: porque Jesús ha venido a buscar lo que estaba perdido.

Tendríamos que aprender de Jesús a mirar a nuestros hermanos con los mismos ojos que él nos mira. Y a nosotros mismos. Podemos haber hecho muchas cosas malas pero siempre seremos hijos de Dios. Nada ni nadie nos podrá quitar eso. Ni nosotros mismos. Nuestro valor no reside en lo que hacemos o no hacemos sino en el hecho de que somos fruto constante del amor de Dios. Por eso, como dice Pablo en la segunda lectura, oramos por los demás siempre para que su dignidad de hijos brille siempre, para que alumbre todo lo valioso que está en nuestro interior. Para que se manifieste lo que está escondido.


Lectura del santo evangelio según san Lucas (19,1-10):

Jesús entró en Jericó e iba atravesando la ciudad. Vivía en ella un hombre rico llamado Zaqueo, jefe de los que cobraban impuestos para Roma. Quería conocer a Jesús, pero no conseguía verle, porque había mucha gente y Zaqueo era de baja estatura. Así que, echando a correr, se adelantó, y para alcanzar a verle se subió a un árbol junto al cual tenía que pasar Jesús.
Al llegar allí, Jesús miró hacia arriba y le dijo: «Zaqueo, baja en seguida porque hoy he de quedarme en tu casa.»
Zaqueo bajó aprisa, y con alegría recibió a Jesús. Al ver esto comenzaron todos a criticar a Jesús, diciendo que había ido a quedarse en casa de un pecador.
Pero Zaqueo, levantándose entonces, dijo al Señor: «Mira, Señor, voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes; y si he robado algo a alguien, le devolveré cuatro veces más.» Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque este hombre también es descendiente de Abraham. Pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que se había perdido.»

Palabra del Señor


COMENTARIO


El domingo anterior reflexionábamos sobre la parábola del fariseo y el publicano para concluir que nuestra oración tiene que ser humilde como la del publicano. Este domingo se nos pone delante otro publicano, Zaqueo, de modelo de cómo esa misma humildad lleva a reconocer el propio pecado y a querer cambiar en las obras concretas. Pero propiamente hay que decir que el centro de la celebración no es Zaqueo, si no la misericordia de Dios, que es la que posibilita la conversión del publicano. Esta idea aparece en las oraciones colectas: "Señor de poder y misericordia", "recibir la efusión de tu misericordia"; en la primera lectura y en el Evangelio.

La misericordia de Dios consiste en que Dios se acerca al ser humano para comprenderle, perdonarle y ayudarle en sus necesidades y problemas. Tiene esta doble dimensión, que van unidas, de compasión y perdón.

No es raro pensar que quien está siempre dispuesto a perdonar a los demás, es señal de su debilidad, porque no puede defenderse. Sin embargo hay que caer en la cuenta que se requiere mucha más fortaleza para perdonar que para vengarse. Por eso recordamos con el salmo 129: "de ti procede el perdón, así infundes respeto".



La primera lectura de este domingo, del libro de la Sabiduría es una bonita explicación de la misericordia de Dios:

"Te compadeces de todos..." La misericordia de Dios no es perdón para nosotros y venganza para nuestros enemigos. Para el corazón de Dios todos somos dignos de compasión.

"...Porque todo lo puedes..." El poder de Dios se manifiesta en su misericordia. Puede sobreponerse a la ofensa, puede controlar sus deseos de ira y venganza. Volvemos a repetir que aquí reside el verdadero poder y no en otro sitio.

"...Cierras los ojos a los pecados de los hombres..." Ver el mal que hace otra persona puede ser para la persona descubierta una humillación. En ese sentido Dios cierra los ojos a los pecados de los hombres, no en el sentido de que no quiera saber nada. El pecado del hombre tiene consecuencias negativas para él mismo y para los demás y aquí Dios si toma partido por evitarle esas consecuencias.

"...Para que se arrepientan" La finalidad del amor de Dios es que uno mismo se dé cuenta de su error y cambie. No hay otro modo de llevar a la conversión que no sea por medio del amor. La imposición a la fuerza, los castigos, las humillaciones... vencen pero no convencen.


"Amas a todos..." A todos, también a los que no nos caen bien, a los que nos hacen mal, a los que no se lo merecen. ¿Cómo podría no amar un Padre lo que es fruto suyo?

"A todos perdonas..." El amor se manifiesta en el perdón. Si no perdonamos a los demás es que no sabemos amarles.

"Amigo de la vida" Es una expresión certera. Dios ama la vida, no la muerte, ni el mal, ni la enfermedad... Su amor es la sabia que nos fortalece, al agua que nos da vida, la gracia que nos alegra. Una imagen de Dios que es preciso pregonar ampliamente entre todos los creyentes.

"...Corriges poco a poco a los que caen..." Dios respeta el ritmo de crecimiento de cada uno. Acompaña pacientemente el crecimiento de su semilla, sin forzar las situaciones ni a las personas.

"...Les recuerdas su pecado y lo reprendes..." Son dos expresiones claves para que se dé el perdón. Recuerda el pecado, no para humillarnos, sino para que nos demos cuenta; y "lo" reprende, el pecado, no al pecador; es decir nos hace comprender el mal que causa a los demás y a nosotros mismos y cómo nos dificulta la relación con él.

"...Para que se conviertan y crean en Ti, Señor" La finalidad última es que el ser humano encuentre su camino de realización personal, que se da en Dios.

Ante la gran misericordia de Dios, el ser humano puede tener distintas posturas. No es raro ver gente que piensa: "Si Dios está dispuesto siempre a perdonarme, lo mismo da hacer el bien que el mal". Lo que nos puede llevar a burlarnos del amor de Dios. Terrible pecado. La mejor respuesta es la conversión. Es decir el reconocimiento humilde del propio pecado y el cambio de mentalidad y el cambio de vida, de obras. Zaqueo representa esa humildad en el reconocimiento del propio pecado y una conversión concretada en obras: devolvió lo que no le correspondía. Puede ser que nuestros arrepentimientos y conversiones sean simples palabras, pero no se concreten en nada en la vida ordinaria. Porque no somos humildes para reconocer el propio pecado, porque no somos valientes para cambiar el mal que hemos hecho, porque somos incapaces de concretar el amor hacia los demás...

La gran misericordia de Dios es una invitación a acercarnos a él humildemente para dejarnos querer y comprender. Es una invitación, también, a saber llevar ese perdón y esa compasión a las personas con las que convivimos.









Fuentes:
Pedro Barranco
Pedro Crespo Arias
Ángel Corbalán
Blog Parroquia San Garcia Abad

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