Bella y larga es
la historia de este hombre de Dios que, desde la Edad Media, alimenta la
fantasía, piedad, sentimientos religiosos y deseos de entrega a Dios por parte
de los cristianos.
Su figura, que
debió ser formidablemente llamativa y ejemplar, viene narrada en el género
novelesco, llena de encanto, pródiga en situaciones que mantienen el suspense,
con abundancia de escenas que alucinan y toda ella plena de actitud
ejemplarizante y moralizadora.
En fin, la historia
de san Alejo es tan pletórica de imaginación, viveza y adornos que su autor
suscita la envidia de los que escriben. En este estupendo relato,
Alejo viene descrito como el hijo único del importante, opulento y caritativo
senador de Roma llamado Eufemiano.
Huyó de su casa
el mismo día de su boda -como otro Abrahán, solitario y eremita - llamado
súbitamente a realizar la más alta de las aspiraciones y la renuncia más
excelsa por el amor al Reino de Dios. Presentado Alejo por el autor de su
biografía novelada como un joven que es el compendio de todas las virtudes y
gracias que puede tener un ser humano, deja inconcebiblemente la casa paterna y
a su dulce esposa.
Quizá sucediera
que recordó la exigencia evangélica de posponer todo al Reino de los Cielos y
se dispuso a ponerla por obra. Dice su leyenda o novela
que comienza entonces un largo peregrinaje hacia extrañísimas tierras llegando
hasta Edesa, pasado el Eufrates.
Esta es la ciudad
que la incansable viajera y también peregrina Eteria describe como la metrópoli
imposible de evitar a todo peregrino que desde occidente llega a visitar,
movido por la fe, los lugares santos donde nació, vivió, murió y resucitó el
Señor para nuestra salvación.
El bullicio, la
piedad, el humo y aroma del incienso en la basílica del Apóstol Tomás -el que
metió su puño en el costado abierto de Jesús- cuyos restos cercanos son día y
noche venerados, la oración privada pública, las continuas idas y venidas de
las gentes que besan las estatuas de los santos rebajando las piedras con los
labios y las manos, el visiteo a la estatua del rey Abgar a quien Cristo
escribió una carta, son el ambiente normal de Edesa a donde ha arribado Alejo.
Llegó rico, pero
ahora es un mendigo más de los que abundan entre los pórticos y en los ambientes
más frecuentados por el hormigueo de la gente. Entre rezo y rezo, contento y
alegre, pide limosna y la reparte entre los más pobres. Vive gozoso y sin
ataduras, pensando que así lo quiere Jesús.
Disfruta con el
gozo de sentirse cercano a los restos mortales -reliquias- del discípulo del
Señor, entre aquellas piedras que huelen a fe y a santo, participa hondamente
en misterios sagrados, entre el bullicio está sumido en contemplación y hace
todo el bien que puede a los desafortunados.
Se preocuparon tanto
en la casa paterna por la pérdida del hijo y su actitud tan extraña,
infrecuente e inesperada que el padre ha enviado a más de cien esclavos para
que recorran la tierra, prometiendo llenar de honor y de riqueza a quien lo
encuentre. Emisarios por el mundo buscan infatigablemente al hijo del potentado
buen padre. Alejo se ve obligado a abandonar Edesa porque algunos
prodigios sucedidos le sacan del anonimato.
Llena de
accidentes, sorpresas y naufragios está descrita la historia de su nuevo
peregrinaje por el mundo huyendo de la notoriedad, hasta que de modo imprevisto
se ve de nuevo en Roma donde termina viviendo en la casa de su padre que,
aunque continua buscándolo afanosamente en la lejanía, no lo reconoce próximo y
cercano; hasta llega a darle albergue, como a un mendigo más, en el hueco de la
escalera del patio principal de su casa, por caridad.
Por el espacio de
diecisiete años -según dice una antigua tradición romana explicando la historia
de la iglesia de san Alessio, situada en el Aventino- vivió allí Alejo, siendo
un ejemplo de paciencia, humildad y pobreza; allí supo ayunar y rezar; allí
soportó las burlas de la servidumbre; allí quiso permanecer ignorado de sus
padres y de su esposa que sólo le saludaban de vez en cuando como a un mendigo
desaliñado y pestilente; allí también lo encontraron muerto un día y ¿sabes lo
que pasó? En su mano encontraron ese día una carta dirigida a sus padres y a su
esposa en la que declaraba quién era y todo su amor.
Alejo quiso ser
un mendigo por Dios. No es el único en la historia de los santos; también en
Roma Benito José Labre quiso vivir como mendigo por Dios. Pero Alejo lo fue en
casa propia e irreconocible para los suyos.
Oremos
Confesamos, Señor
que solo tú eres santo y que sin ti nadie es bueno, humildemente te pedimos que
la intercesión de San Alejo venga en nuestra ayuda para que de tal forma
vivamos en el mundo que merezcamos llegar a la contemplación de tu gloria. Por
nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo. Amén.
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