Entre los milagros de Jesús que deben haber impresionado más, sin duda se destaca el de la multiplicación de los panes y los peces (Jn. 6, 1-15). Tanto así, que nos dice el Evangelio que tuvieron la intención de llevarse a Jesús para proclamarlo rey.Pero el Señor, al darse cuenta de las intenciones que tenían, se escapó hacia la montaña.
¡Cómo habría sido ese
acontecimiento!Una multitud de unas quince mil personas (nos dice el
Evangelio que eran como cinco mil hombres) seguía a Jesús para escuchar
sus enseñanzas.Llega la hora de comer, y con sólo cinco panes y dos
pescados el Señor va repartiéndolos y saca comida para saciar a toda
esa multitud ... ytodavía quedaron sobras.
¿De dónde salieron los cinco panes y los dos pescados?Había un chico entre los presentes que los llevaba consigo.Ahora bien ¿podía el Señor haber sacado alimento de la nada o necesitaba el aporte del muchacho?Dios es todopoderoso y hubiera podido alimentar a aquel gentío de la nada.Entonces ¿qué nos quiere decir el Señor con el aporte del muchacho?
Por cierto no es éste el
único pasaje en que Dios utiliza un aporte humano para remediar una
necesidad.En efecto, nos cuenta la Primera Lectura de este domingo (2 R 4, 42-44) de una situación similar.
Y como viene siendo habitual, traemos las reflexiones sobre La Palabra de Dios en este domingo 17 del Tiempo Ordinario, de tres religiosos y que lo hacen en nuestro idioma.
Lectura del santo evangelio según san Juan (6,1-15):
En aquel tiempo, Jesús se marchó a la otra parte del lago de Galilea (o de Tiberíades). Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos. Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos.
Jesús entonces levantó los ojos, y al ver que acudía mucha gente, dice a Felipe: «¿Con qué compraremos panes para que coman éstos?» Lo decía para tentarlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer.
Felipe contestó: «Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo.»
Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces; pero, ¿qué es eso para tantos?»
Jesús dijo: «Decid a la gente que se siente en el suelo.»
Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron; sólo los hombres eran unos cinco mil. Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado.
Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: «Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie.»
Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos de los cinco panes de cebada, que sobraron a los que habían comido.
La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía: «Éste sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo.»
Jesús entonces, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo.
Palabra del Señor
En aquel tiempo, Jesús se marchó a la otra parte del lago de Galilea (o de Tiberíades). Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos. Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos.
Jesús entonces levantó los ojos, y al ver que acudía mucha gente, dice a Felipe: «¿Con qué compraremos panes para que coman éstos?» Lo decía para tentarlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer.
Felipe contestó: «Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo.»
Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces; pero, ¿qué es eso para tantos?»
Jesús dijo: «Decid a la gente que se siente en el suelo.»
Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron; sólo los hombres eran unos cinco mil. Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado.
Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: «Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie.»
Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos de los cinco panes de cebada, que sobraron a los que habían comido.
La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía: «Éste sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo.»
Jesús entonces, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo.
Palabra del Señor
COMENTARIO.
El discurso del pan de vida:
la multiplicación de los panes
La liturgia dominical interrumpe la lectura continua del Evangelio de Marcos
(ciclo B) y durante cinco semanas nos propone considerar el capítulo sexto del
Evangelio de Juan, el discurso del pan de vida. Contra lo que podría parecer,
el cambio no resulta demasiado brusco, porque el domingo pasado contemplamos a
Jesús como un buen pastor que siente lástima de la multitud que andaba como
ovejas sin pastor. Terminaba entonces el Evangelio diciendo que Jesús “se puso
a enseñarles con calma”. Hoy, en el Evangelio de Juan, vemos que, en una
situación similar, Jesús no sólo enseña, sino que se preocupa de alimentar a
esa multitud, que le había seguido “porque había visto los signos que hacía con
los enfermos”. La capacidad de compasión de Cristo no se concentra sólo en los
problemas del espíritu, sino que mira también las necesidades del cuerpo: la
enfermedad y el hambre. No puede ser de otro modo en quien es la Palabra hecha
carne, por el que la carne, la corporalidad humana se convierte en sacramento
de la presencia de Dios en nuestro mundo.
Una multitud en un lugar apartado crea realmente un problema logístico.
¿Cómo alimentar a tanta gente? Jesús implica a sus discípulos más cercanos en
el problema, e interroga a Felipe. La respuesta del apóstol es razonable, pero
no exenta de generosidad: ni siquiera gastando todo lo que tenían a disposición
en la bolsa común, unos doscientos denarios, podrían alimentar a tantos. El
problema excedía las fuerzas humanas de los apóstoles, por más buena voluntad
que quisieran ponerle.
La solución va a venir por medio de la escasa provisión de “un muchacho”,
que, por lo que se deduce del texto, está dispuesto a compartir lo poco que
tiene. Nos viene a la memoria que precisamente de los que son como niños es el
Reino de los Cielos (cf. Mc 10, 14); pero podemos también recordar al
“muchacho” de los poemas del siervo de Yahvé (cf. Is 42, 1; 52,13), que
representa a Jesús mismo, que se ha hecho pobre para enriquecernos con su
pobreza (cf. 2 Cor, 8, 9). Jesús nos enseña que poniendo a su disposición la
propia pobreza con generosidad y confianza los bienes se multiplican y alcanzan
para muchos. El milagro consiste en compartir para repartir.
La multiplicación de los panes trasciende, como es fácil de entender, la
dimensión meramente material o logística. No se trata sólo de un milagro que
sacia el hambre de la multitud, sino, sobre todo, de un “signo” que significa
la presencia actual del Reino de Dios, que nos enriquece de otros bienes que
los puramente materiales (la salud del cuerpo y el pan que sacia su hambre). La
cercanía de la pascua, indicada al principio del Evangelio, y el gesto de
acción de gracias, antes de repartir el pan, aluden al sacrificio de Cristo en
la cruz y al pan eucarístico, memorial de su Pasión: no sólo la solución del
problema puntual (que también requiere respuesta), sino la salvación radical y
definitiva que Jesús ha venido a traernos: la comunión con Dios Padre y entre
nosotros, la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz de que habla Pablo en
la segunda lectura. No es posible formar un solo cuerpo en un solo Espíritu si
no somos capaces de compartir la fe en el único Señor, pero también nuestro
pan.
Las obras de misericordia y las acciones de solidaridad realizadas por la
Iglesia y los cristianos, como remediar el hambre de los pobres o el dolor de
los enfermos, se han de hacer precisamente porque hay personas que sufren hambre
y enfermedad y que, como en el caso de Jesús, deben despertar nuestra compasión
y movernos a la acción. Pero esas acciones tienen que ser además “signos” que
hablan de la presencia en el mundo del Reino de Dios, de Jesucristo que nos lo
ha traído, de un corazón nuevo en aquellos que han aceptado la Palabra y a la
persona de Jesús, de nuevas relaciones entre los seres humanos.
De hecho, en el Evangelio de hoy, las gentes que comen hasta saciarse algo
perciben de esa presencia que va más allá de la materialidad del pan
multiplicado. Conocían sin duda el episodio del profeta que dio de comer a cien
con veinte panes, y vieron que lo realizado por Jesús, que excedía con mucho el
milagro de Eliseo (cinco mil alimentados con cinco panes, y todavía sobraron doce
canastas), era signo del “Profeta que tenía que venir al mundo”. Pero, al
parecer, en ellos pudo más el interés inmediato; de ahí que, más que escuchar
al profeta, quisieran hacerlo a la fuerza rey, esto es, investirlo de poder
político y militar, pues un líder dotado de tales poderes había de ser
invencible. El mesianismo político-militar tenía para ellos más atractivo que
la palabra profética desprovista de poder. En la voluntad de hacer de Cristo un
rey al uso de los reyes de este mundo se esconde la otra voluntad, que al
parecer acompaña permanentemente a los hombres en sus relaciones con Dios: la
de manipularlo y ponerlo al servicio de los propios intereses particulares
(que, por cierto, son opuestos a otros grupos humanos, a los que “nuestro” Dios
habría de combatir y derrotar).
Se entiende que Jesús, “sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey,
se retiró a la montaña él solo”. Aunque las ausencias de Dios y de Jesucristo
en la vida del creyente pueden tener diversos significados que es preciso
discernir adecuadamente, hoy se nos avisa que una de sus posibles causas es
precisamente la voluntad de hacer de Jesús y de Dios el talismán que resuelve
de manera mágica nuestros problemas, y no la Palabra que hemos de escuchar, y
que si realiza “signos” que escapan a nuestras capacidades (por ejemplo, a
nuestro presupuesto), no por eso deja de contar con nosotros, de preguntarnos,
de implicarnos en los problemas reales que se apresta a resolver, para que
participemos activamente con nuestra generosidad (lo poco que podamos aportar)
y nuestra confianza. Sólo así nuestra vida cristiana personal y comunitaria
puede irse convirtiendo ella misma en un signo profético que multiplica el bien
y habla con elocuencia de la presencia entre nosotros de Cristo, Profeta y Rey
de un Reino que no es de este mundo.
Hay que reponer las fuerzas para el camino
No sé si has escuchado hablar a los campesinos o a los montañeros antes de
iniciar una jornada. Hablan de la fuerza que necesitan para el día, y esa
fuerza se adquiere con la alimentación. Van al campo o la escalada con
provisiones para mantener las fuerzas necesarias para realizar la tarea.
Del mismo modo, leemos en la Biblia, actúan los profetas y actuará Jesús con
sus discípulos. ¿Recuerdas el pasaje de Elías huyendo de los perseguidores y
hambriento hasta ya no poder más? Piensa en morir, pero Dios lo resguarda para
algo grande. Por eso, un ángel lo despierta bajo el tamarindo y le hace comer.
Vuelve a dormirse, y de nuevo el ángel le dice: “Levántate y come, porque te
falta un camino largo que recorrer”. Así estuvo luego Elías tres días
caminando.
Hoy iniciamos la lectura del cap. VI de Juan que empieza con el alimento
material y seguirá en los próximos domingos con el alimento de la Eucaristía.
En el pasaje de hoy me cae muy simpático el niño que entrega sus cinco
panecitos y los dos pescaditos para que coman los cinco mil hombres. ¿Qué sabe
el niño de cantidades y estadísticas? El solo sabe amar y tener compasión de
los que pasan hambre. Jesús también se emociona ante el hecho y hace el resto:
Que puedan comer los cinco mil hombres hasta saciarse y aún quedar comida de
sobra.
No sé si el milagro fue multiplicar los panes y pescados o multiplicar el
amor entre las personas que estaban ansiosas por escuchar a Jesús. Mayor
milagro es para mí abrir los corazones que multiplicar los panes. Mayor milagro
es mirar alrededor para ver el rostro hambriento del hermano y abrir las
loncheras que acrecentar los panes. Multiplicar los panes es obra directa de
Dios, pero acrecentar el amor supone la participación libre del hombre. ¡Qué
gran milagro es éste! Al terminar de comer, no tengo duda, aquella gente estaba
más unida y conversadora, era más comunidad y estaban más abiertos a la palabra
de Jesús.
Pero así y todo, se fijan en el liderazgo de Jesús y quieren hacerle rey. No
han entendido nada lo que ha hecho Jesús. Piensan según el mundo, no según
Dios. Por eso se retira solo al monte para orar, para pedir al Padre que abra
los corazones de aquellos que han comido, para que puedan aceptar el reino de
Dios.
Más adelante iremos viendo que les resulta muy difícil aceptar el “pan del
cielo, el pan que da la vida”. Lo dejarán a Jesús. Sólo pueden entender lo
tangible o aquello que afecta a sus necesidades materiales. Pueden aceptarlo como
ministro de agricultura que facilita alimentos materiales, pero lo ven loco
cuando les quiere aportar el alimento espiritual.
Cómo tendremos que ir luchando para abrirnos al misterio de Dios, al
misterio de su proyecto y plan de vida para nosotros. Entendemos de políticas
alimentarias, no entendemos la providencia de Dios. Sabemos exigir y no sabemos
aceptar a Dios. ¿No creen que deberemos retirarnos a lugares y tiempos en
soledad para templar nuestros corazones y abrir nuestra mente a la voluntad de Dios?
Mientras tanto, ofrezcamos nuestros panecitos y pescaditos para acallar el
hambre de los hermanos.
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