Cuando el emperador
Teodosio el Grande buscaba un buen profesor para sus dos hijos, el Papa San
Dámaso le recomendó a Arsenio, un senador sumamente sabio y muy práctico en sus
consejos.
Durante diez años, San
Arsenio vivió en el palacio del emperador educando a sus dos hijos, Arcadio y
Honorio. Estando un día orando, en medio de una gran crisis espiritual,
mientras le pedía a Dios que le iluminara lo que debía hacer para santificarse,
oyó una voz que le decía: "Apártate del trato con la gente, y vete a la
soledad". Entonces dispuso irse al desierto a orar
y a hacer penitencia con los monjes.
Cuando llegó al
monasterio del desierto, los monjes, sabiendo que había estado viviendo tanto
tiempo como senador y como alto empleado del Palacio imperial, dispusieron
ponerle algunas pruebas para saber si en verdad era apto para esa vida de
humillación y mortificación. Fue ahí, donde San Arsenio
se hizo muy conocido por todos por sus penitencias extraordinarias. Por muchos
siglos han sido enormemente estimados los dichos o frases breves que San
Arsenio acostumbraba decir a la gente.
Desde remotas tierras
iban viajeros ansiosos de escuchar sus enseñanzas que eran cortas pero
sumamente provechosas. Entre muchas de sus enseñanzas o
frases que el Santo pronunciaba están: "muchas
veces he tenido que arrepentirme de haber hablado. Pero nunca me he arrepentido
de haber guardado silencio"; o "siempre he sentido temor a
presentarme al juicio de Dios, porque soy un pecador".
Oremos
Tú, Señor, que concediste
a San Arsenio el don de imitar con fidelidad a Cristo pobre y humilde,
concédenos también a nosotros, por intercesión de este santo, la gracia de que,
viviendo fielmente nuestra vocación, tendamos hacia la perfección que nos
propones en la persona de tu Hijo. Que vive y reina contigo. Amén.
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