San Enrique II (
972 – 1024) nieto de Otón el Grande y de Carlomagno, había nacido en el
castillo que su padre, duque de Baviera, tenía a las orillas del Danubio, en
los estertores del oscuro siglo X, allá por los años 973.
El joven
príncipe pasa los primeros años de su vida en el monasterio benedictino de
Hildesheim. Vive como un novicio al lado de los monjes. Aprende a la vez las
letras y los salmos, estudia las Sagradas Escrituras, se ejercita en la
práctica de la virtud y aspira a la perfección. Completa su
educación bajo la tutela del obispo de Regensburg, San Wolfang. Enrique acogía
en la buena tierra de su corazón la semilla que sembraba su maestro y que
produciría mucho fruto, el ciento por uno.
Las fechas de su
vida política se sucedieron rápidas. El 995, duque de Baviera. El 1002, rey de
Germania, proclamado en Maguncia. El 1014 Benedicto VIII lo consagra en Roma
Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. El Papa, en premio a su celo por
la religión, le regala un globo de oro y piedras preciosas, rematado en una
cruz. Enrique lo agradece, entiende el simbolismo y lo manda llevar a la abadía
de Cluny. Ayuda a extinguir el cisma del antipapa Gregorio y a
mantener el prestigio de Benedicto VIII.
Funda iglesias y
monasterios para fomentar el culto divino, crea obispados, reúne dietas
conciliares, defiende los derechos de la Iglesia, influye en la conversión de
San Esteban de Hungría, que se había casado con una hermana suya.
Mantiene una estrecha amistad con el famoso y longevo abad de Cluny, Odilón.
Juntos trabajan en la reforma eclesiástica, deponiendo prelados y abades
indignos, restituyendo la disciplina y la observancia regular.
Le gustaban las
suntuosas liturgias de las iglesias de Germania. De ahí que, según se cuenta,
se extrañara al constatar que en Roma no se decía el Credo en la Misa, a
instancias suyas el papa Benedicto VIII prescribió que se cantara los domingos
y fiestas. Trabajó también mucho por la paz y por la extensión del
Evangelio. Junto a esta vida agitada, llevaba cuando podía una vida recogida y
piadosa como un monje.
De entre todas
las iglesias, la que merecía su particular predilección era la catedral de
Bamberga, que él mismo había edificado, y en la que reposa junto con Santa
Cunegunda. Junto a la estatua del famoso caballero, se
encuentra un monumento en memoria de los "Santos Enrique y Cunegunda, que
brillaron en medio de las tinieblas de su tiempo como dos lises de oro sobre el
altar".
Al final de su
vida, Enrique, llamado con razón el Piadoso, se retira al monasterio de Vanne.
El abad Ricardo le ordena volver al trono. Pero poco después, el 13 de julio
del año 1024, a los cincuenta y dos años, recibía la corona de la gloria en el
castillo de Grona. Fue canonizado el 1146 por Eugenio III.
Oremos
Dios nuestro, que
otorgaste a San Enrique II la abundancia de tu gracia para gobernar
rectamente un reino terrenal y para elevarse de esos cuidados al amor de las
cosas celestiales, concédenos también a nosotros, por su intercesión, que, en
medio de los cuidados de las cosas mudables de este mundo, tendamos siempre
sinceramente hacia ti. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo. Amén.
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