Sintió lástima y les enseñaba con calma
El texto de Marcos que acabamos de
leer viene a ser la versión sinóptica del Evangelio del Buen Pastor (cf. Jn 10,
1-18). A diferencia del texto de Juan, aquí Jesús no habla de sí, aplicándose
imagen, sino que actúa como un verdadero pastor bueno que se preocupa por sus
discípulos y también por la masa de la gente que lo busca. Jesús cumple así en
su persona la profecía de Jeremías, en la que Dios promete ocuparse
personalmente de sus ovejas y enviarles buenos pastores que las libren del
temor, de la injusticia y de todo peligro.
En el breve texto del Evangelio de
hoy podemos contemplar una síntesis del ministerio de Jesús en un momento de
máxima intensidad. Jesús, en efecto, despliega una actividad formidable, hasta
el punto de que no da abasto y, como hemos visto en las semanas precedentes,
tiene que acudir a la ayuda de sus discípulos más cercanos, a los que hace
partícipes activos de su misión.
Pero, pese a la intensidad de esta
dedicación misionera, Jesús no cae en el activismo despersonalizado. A la
vuelta de los apóstoles, Jesús, que previamente los ha aleccionado con la
Palabra viva que él mismo encarna, sabe también prestarles atención, acogerlos y
escucharlos. No es un mero organizador, un estratega que mueve a sus peones,
explotándoles como si fueran máquinas; es un maestro y un pastor que se
preocupa personalmente de sus seguidores, de sus discípulos, de sus amigos (cf.
Jn 15, 13-14). Por eso, además de hablarles, instruirlos y enviarlos, Jesús los
escucha, deja que le expresen sus preocupaciones y temores, y también, como en
el caso de hoy, sus alegrías y sus éxitos. Y no sólo, se ocupa también de
procurarles tranquilidad y descanso. No sabemos cómo pasaba Jesús con sus
discípulos estos momentos de asueto, que hemos de suponer que serían tiempos de
oración, contemplación y encuentro personal. En los asuntos del Reino de Dios
también hay que saber “perder el tiempo”, siquiera, como dice hoy Jesús, “un
poco”, porque en el centro de este Reino no está la actividad frenética o un
plan de conquista del mundo, sino la persona concreta, a la que esa actividad
debe servir.
Vemos cómo, pese a todo, la
búsqueda de tranquilidad se ve frustrada por esas masas que no dan respiro, tan
necesitadas están, y se les adelantan impidiendo el merecido descanso.
Cualquiera de nosotros hubiera reaccionado ante este acoso intempestivo con
impaciencia o enfado, y hubiera tal vez establecido un horario “de atención al
público” y despachado a la inoportuna masa para mejor ocasión. Pero Jesús es un
buen pastor para los cercanos y para los lejanos, en las distancias cortas del
encuentro personal, y en el trato con esa multitud inmensa, que no despierta en
él enfado o impaciencia, sino sentimientos de lástima y compasión. Tal vez al
ver a toda aquella gente recordó la profecía de Jeremías y se dio cuenta de que
esas ovejas sin pastor sólo en él podían encontrar la paz y el descanso del
alma, al que en ese preciso instante le obligaban a renunciar para sí y para
los apóstoles. Y su reacción no pudo ser otra: “se puso a enseñarles con
calma”. Es de suponer que los doce, cansados y deseos de tranquilidad,
encontraron también en las palabras calmadas de Jesús el sosiego que andaban buscando.
Acción y contemplación, trabajo y
descanso, trato personalizado y preocupación por las multitudes… Son retos a
los que todo cristiano, y también la Iglesia como tal, se encuentran
enfrentados de manera permanente. ¿Cómo lograr el equilibrio que nos libre del
activismo frenético y de la pasividad irresponsable, de un mero funcionariado
eclesiástico y de un misticismo huero, de la cerrazón sectaria en el pequeño
grupo y de la masificación despersonalizadora?
Este equilibrio se logra sólo “por
Cristo, con él y en él”, mirándolo a él y tratando de actuar como él actúa. “Él
es nuestra paz”. No sólo porque reconcilia a pueblos distintos y antaño
enemigos, sino también a esas dimensiones necesarias que a veces, con demasiada
frecuencia, están en guerra entre sí. Es Cristo, el estar con él, hablándole y
escuchándole, quien nos enseña este equilibrio que no es otra cosa que el amor:
un amor entregado hasta la cruz, en la que dio muerte al odio, a toda forma de
enemistad y también a los desequilibrios que nos desquician.
Amando a Cristo aprendemos a amar
a todos los seres humanos, a los de cerca y a los de lejos, y encontramos el
equilibrio personal que nos permite reaccionar ante la realidad (tantas veces
terrible) de nuestro mundo, como Jesús, compadeciendo y actuando con calma,
desde la paz que él nos ha conseguido.
Lectura del santo evangelio según san Marcos (6,30-34):
En aquel tiempo, los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado.
Él les dijo: «Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco.»
Porque eran tantos los que iban y venían que no encontraban tiempo ni para comer.
Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado.
Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron.
Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma.
Palabra del Señor
COMENTARIO
“Ovejas sin pastor”
El pastor y las ovejas aparecen
muchas veces en las páginas de la Biblia. Su imagen había de convertirse
necesariamente en parabólica para un pueblo que se había ido formando siguiendo
a sus rebaños.
En el texto del profeta Jeremías
que hoy se proclama como primera lectura de la misa (Jer 23,1-6), Dios se
lamenta de los pastores que pierden y dispersan el rebaño de sus pastizales.
Frente a ese proceder, el mismo Dios promete reunir el resto de sus ovejas y
suscitar para ellas pastores más responsables.
Por una parte, este oráculo
refleja una situación histórica, en la que los gobernantes y los sacerdotes se
habían desentendido de las auténticas necesidades de su pueblo. Por otra,
orienta la mirada de las gentes hacia un futuro mesiánico en el que habrían de
cumplirse las mejores esperanzas del pueblo de Israel.
LOS PROTAGONISTAS
El evangelio que hoy se proclama
(Mc 6,30-34) nos recuerda el envío de los discípulos, que se anunciaba el
domingo anterior. Este relato nos parece dividirse en tres escenas y presenta
ante nuestros ojos a tres protagonistas: los discípulos, las gentes que acuden
hasta Jesús y, en tercer lugar, el mismo Jesús.
Los discípulos han cumplido su
misión y dan cuenta de ella a Jesús que los invita a descansar un poco
.
La multitud reconoce a Jesús como
Maestro y acude continuamente hasta él de todas las ciudades.
Jesús encarna la figura del pastor
bueno prometido por el profeta Jeremías. Se compadece de las gentes porque
parecen ovejas sin pastor.
Este texto es, ante todo, una
revelación de la identidad y la misión de Jesús. Pero puede leerse, además,
como una indicación moral que puede orientar el comportamiento de la Iglesia y
de cada uno de los cristianos. Jesús es el Maestro solícito que cuida de
sus discípulos y el pastor que se compadece de la multitud. La enseñanza
del mensaje y la cercanía a las gentes son orientadoras para el quehacer de la
Iglesia.
EL SALMO
La liturgia de este domingo nos
invita a repetir el hermoso salmo 22 (23). En él se refleja la fe de Israel. Y
también la confianza de todos los que han descubierto la bondad y la
misericordia de Dios.
“El Señor es mi pastor, nada me
puede faltar”. Esa es la oración de una Iglesia que no pone su confianza en sí
misma. Sus propios medios y sus estrategias nunca serán suficientes para el
anuncio del evangelio.
“El Señor es mi pastor, nada me
puede faltar”. Esa es la confesión del verdadero creyente. En medio de sus
tinieblas y de las pruebas de la vida, confía en el Señor, que va
orientando sus pasos.
“El Señor es mi pastor, nada me
puede faltar”. Y ésa es la nostalgia, a veces inconsciente, de la humanidad.
Con demasiada frecuencia se ve defraudada por los guías de este mundo que le
ofrecen paraísos engañosos."
Señor Jesús, te reconocemos como
el Maestro que enseña la verdad, y como el Pastor bueno y verdadero que
nos conduce hacia las fuentes de la vida. No permitas que nos apartemos de ti.
Amén.
Cercanía a los Apóstoles.
En el evangelio del domingo pasado
Jesús enviaba a los Doce a anunciar el Reino de Dios. Hoy vemos cómo los Doce
regresan y le cuentan lo que habían hecho y enseñado. Los Doce vuelven cansados
pero seguro que felices por haber curado y anunciado el Reino de Dios. Jesús se
los lleva a un sitio tranquilo para descansar, después de su viaje ajetreado, y
para escuchar de primera mano lo que habían anunciado.
San Marcos nos muestra en este
texto breve un primer rasgo de Jesús: su cercanía a los apóstoles, sus ganas de
escucharles, el trato amable con ellos después de días duros. Jesús les ha
hablado del Reino de Dios, que es lo mismo que decir, hablarles de Dios y de lo
que Dios quiere para el hombre: vida, amor, paz, justicia, perdón. Y Jesús les
ha enseñado a escuchar. Escuchar es el primer paso para sanar, curar,
liberar.
El segundo rasgo de Jesús que
aparece en este texto lo tenemos al final: “vio una multitud, le dio lástima,
porque andaban como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles con calma”. La
acción de Jesús no se reduce a los Doce sino que se amplía a todo aquel que le
busca y necesita que le escuchen. Le gente escucha a Jesús pero Jesús escucha a
la gente. Para Jesús escuchar a la gente está en el verbo VER. La gente le
habla a Jesús buscándole, adelantándose adonde El va, porque saben que Jesús
tiene algo que las autoridades religiosas no tienen ni manifiestan: paz,
palabras de esperanza
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