En España, en el siglo xvi, coincidieron muchos santos de primera magnitud: san Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús (jesuitas); santa Teresa de Jesús, fundadora de las Carmelitas Descalzas; san Juan de la Cruz, fundador de la rama masculina (Carmelitas Descalzos); santo Tomás de Villanueva, agustino, arzobispo de Valencia; san Juan de Dios, portugués, fundador de la Orden Hospitalaria; san Francisco de Borja, tercer superior de la Compañía de Jesús; san Juan de Ribera, arzobispo de Valencia; san Pascual Bailón, hermano lego franciscano; san Juan de Ávila, sacerdote diocesano y el que nos ocupa, san Pedro de Alcántara, sacerdote franciscano.
Pedro Garabito Villela nace en Alcántara (Cáceres) en 1499. Llegó a ser uno de los grandes caracteres del gran siglo español. No brilló en las letras (aunque algo precioso escribió) ni en las armas ni en la política, pero como incansable buscador de Dios alcanzó la santidad.
Su vida fue ejemplo desde la infancia, y aunque no le faltaron grandes combates interiores, su voluntad siempre se mantuvo firme, sin vacilaciones.
Nació en cuna noble y rica. Su padre era gobernador de la región extremeña. La desahogada economía de la familia le permitió estudiar de 1513 a 1515 en Salamanca, después de haber cursado los estudios elementales en Alcántara. A los 15 años había concluido el primer curso de Derecho.
Con su formación humana también se incrementaba su vida espiritual por la oración y los sacramentos. Joven aún definió su orientación de vida al ver pasar por delante de la puerta de su casa a un franciscano descalzo de reciente reforma. Decide entonces, abandonar el hogar y tomar el hábito franciscano… Transcurría el año 1515.
En el noviciado lo pusieron de portero, hortelano, barrendero y cocinero. Pero en este último oficio sufría frecuentes regaños por ser bastante distraído. Llegó a mortificarse tan ásperamente en el comer y el beber que perdió el sentido del gusto y así todos los alimentos le sabían igual. Dormía sobre un duro cuero en el puro suelo.
Pasaba horas y horas de rodillas, y si el cansancio le llegaba, apoyaba la cabeza sobre un clavo en la pared y así dormía unos minutos, arrodillado. Pasaba noches enteras sin dormir ni un minuto, rezando y meditando. Por eso ha sido elegido protector de los celadores y guardias nocturnos.
Con el tiempo fue disminuyendo estas terribles mortificaciones porque vio que le arruinaban su salud. Fue nombrado superior de varios conventos y siempre era un modelo para todos sus súbditos en cuanto al cumplimiento exacto de los reglamentos de la comunidad.
Pero el trabajo en el cual más éxitos obtenía era el de la predicación. Dios le había dado la gracia de conmover a los oyentes, y muchas veces bastaba su sola presencia para que muchos empezaran a dejar su vida llena de vicios y comenzaran una vida virtuosa. Prefería siempre los auditorios de gente pobre, porque le parecía que eran los que más voluntad tenían de convertirse.
Pidió a sus superiores que lo enviaran al convento más solitario que tuviera la comunidad. Lo mandaron al convento de Lapa, en terrenos deshabitados, y allá compuso un hermoso libro acerca de la oración, que fue sumamente estimado por Santa Teresa y San Francisco de Sales, y ha sido traducido a muchos idiomas.
Deseando San Pedro de Alcántara que los religiosos fueran más mortificados y se dedicaran por más tiempo a la oración y la meditación, fundó una nueva rama de franciscanos, llamados de "estricta observancia". El Sumo Pontífice aprobó dicha congregación y pronto hubo en muchos sitios, conventos dedicados a llevar a la santidad a sus religiosos por medio de una vida de gran penitencia.
Los últimos años de su vida los dedicó a ayudar a Santa Teresa a la fundación de la comunidad de Hermanas Carmelitas que ella había fundado, logrando muchos éxitos en la extensión de la comunidad carmelita.
Oremos
Tù, Señor, que concediste a San Pedro de Alcàntara el don de imitar con fidelidad a Cristo pobre y humilde, concèdenos tambièn a nosotros, por intercesiòn de este santo, la gracia de que, viviendo fielmente nuestra vocaciòn, tendamos hacia la perfecciòn que nos propones en la persona de tu Hijo. Que vive y reina contigo, por los siglos de los siglos. Amén
Fuentes:
Iluminación Divina
Santoral Católico
Ángel Corbalán
Pedro Garabito Villela nace en Alcántara (Cáceres) en 1499. Llegó a ser uno de los grandes caracteres del gran siglo español. No brilló en las letras (aunque algo precioso escribió) ni en las armas ni en la política, pero como incansable buscador de Dios alcanzó la santidad.
Su vida fue ejemplo desde la infancia, y aunque no le faltaron grandes combates interiores, su voluntad siempre se mantuvo firme, sin vacilaciones.
Nació en cuna noble y rica. Su padre era gobernador de la región extremeña. La desahogada economía de la familia le permitió estudiar de 1513 a 1515 en Salamanca, después de haber cursado los estudios elementales en Alcántara. A los 15 años había concluido el primer curso de Derecho.
Con su formación humana también se incrementaba su vida espiritual por la oración y los sacramentos. Joven aún definió su orientación de vida al ver pasar por delante de la puerta de su casa a un franciscano descalzo de reciente reforma. Decide entonces, abandonar el hogar y tomar el hábito franciscano… Transcurría el año 1515.
En el noviciado lo pusieron de portero, hortelano, barrendero y cocinero. Pero en este último oficio sufría frecuentes regaños por ser bastante distraído. Llegó a mortificarse tan ásperamente en el comer y el beber que perdió el sentido del gusto y así todos los alimentos le sabían igual. Dormía sobre un duro cuero en el puro suelo.
Pasaba horas y horas de rodillas, y si el cansancio le llegaba, apoyaba la cabeza sobre un clavo en la pared y así dormía unos minutos, arrodillado. Pasaba noches enteras sin dormir ni un minuto, rezando y meditando. Por eso ha sido elegido protector de los celadores y guardias nocturnos.
Con el tiempo fue disminuyendo estas terribles mortificaciones porque vio que le arruinaban su salud. Fue nombrado superior de varios conventos y siempre era un modelo para todos sus súbditos en cuanto al cumplimiento exacto de los reglamentos de la comunidad.
Pero el trabajo en el cual más éxitos obtenía era el de la predicación. Dios le había dado la gracia de conmover a los oyentes, y muchas veces bastaba su sola presencia para que muchos empezaran a dejar su vida llena de vicios y comenzaran una vida virtuosa. Prefería siempre los auditorios de gente pobre, porque le parecía que eran los que más voluntad tenían de convertirse.
Pidió a sus superiores que lo enviaran al convento más solitario que tuviera la comunidad. Lo mandaron al convento de Lapa, en terrenos deshabitados, y allá compuso un hermoso libro acerca de la oración, que fue sumamente estimado por Santa Teresa y San Francisco de Sales, y ha sido traducido a muchos idiomas.
Deseando San Pedro de Alcántara que los religiosos fueran más mortificados y se dedicaran por más tiempo a la oración y la meditación, fundó una nueva rama de franciscanos, llamados de "estricta observancia". El Sumo Pontífice aprobó dicha congregación y pronto hubo en muchos sitios, conventos dedicados a llevar a la santidad a sus religiosos por medio de una vida de gran penitencia.
Los últimos años de su vida los dedicó a ayudar a Santa Teresa a la fundación de la comunidad de Hermanas Carmelitas que ella había fundado, logrando muchos éxitos en la extensión de la comunidad carmelita.
Oremos
Tù, Señor, que concediste a San Pedro de Alcàntara el don de imitar con fidelidad a Cristo pobre y humilde, concèdenos tambièn a nosotros, por intercesiòn de este santo, la gracia de que, viviendo fielmente nuestra vocaciòn, tendamos hacia la perfecciòn que nos propones en la persona de tu Hijo. Que vive y reina contigo, por los siglos de los siglos. Amén
Fuentes:
Iluminación Divina
Santoral Católico
Ángel Corbalán
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